Slawomir Mrozek
Decidí
vender mi alma al diablo. El alma es lo más valioso que tiene el hombre, de modo
que esperaba hacer un negocio colosal.
El diablo que se presentó a la cita me decepcionó.
Las pezuñas de plástico, la cola arrancada y atada con una cuerda, el pellejo descolorido
y como roído por las polillas, los cuernos pequeñitos, poco desarrollados. ¿Cuánto
podía dar un desgraciado así por mi inapreciable alma?
–¿Seguro que es usted el diablo? –pregunté.
–Sí, ¿por qué lo duda?
–Me esperaba al Príncipe de las Tinieblas y
usted es, no sé, algo así como una chapuza.
–A tal alma tal diablo –contestó–. Vayamos
al negocio.
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