Silvina Ocampo
Fui vestida de diablo y muy temprano al banquete. Mi disfraz tenía olor a
aceite de ricino. Asistí a todos los preparativos de la fiesta.
–Un banquete es siempre un banquete –dijo Sara, acomodando
los asientos alrededor de la mesa larga, debajo de la sombra del sauce–. Las fuentes
tienen que estar bien dispuestas, los vasos frente a los platos y cubiertos correspondientes.
Clorindo, disfrazado de fantasma con una sábana, miraba
el ir y venir de su madre, Sara.
–Veinte invitados, es mucho –prosiguió Sara–. Es la
primera vez que recibimos tantos invitados para un almuerzo. El cumpleaños de don
Locadio, tu abuelo, es importante: cumple sesenta años.
Clorindo seguía jugando: había descubierto un hormiguero,
junto al tronco del sauce, y pensó, siguiendo mis consejos, que tal vez sería gracioso
colocarlo adentro de un postre. Buscamos una cajita de cartón, donde pusimos el
hormiguero, y fuimos en busca de Sara, que sacaba del horno las tartas, que recubría
con dulce y luego con una tapa de la misma masa. En el momento en que Sara fue al
otro cuarto, colocamos en el interior de una tarta el hormiguero; lo cubrimos con
dulce y luego con la tapa. Sara, atareada como estaba, no lo advirtió.
Los invitados llegaron y no tardaron en sentarse. Sara
y sus hermanas traían las fuentes de la cocina. Como era carnaval se habían disfrazado:
la Pirucha de odalisca, el Turco de león, Rosita Peña de gaucho, porque era domadora;
yo, de diablo, no hay que olvidarlo, y Clorindo de fantasma. Pocas veces la animación
de una fiesta, en casa de Sara, había tomado esas proporciones. Alguien pronunció
un discurso, antes de brindar. Cuando llegó el momento de los postres, la Pirucha
aplaudió, pero Sara modestamente se excusó diciendo que no era la época del membrillo
y que rellenas de manzana las tartas valían poco. Había cinco tartas distribuidas
sobre la mesa. Pirucha clavó el cuchillo en la que estaba colocada frente a su plato.
En cuanto partió la masa, salieron las hormigas. Pirucha dio un grito, luego quiso
disimular, en vano el desastre. Clorindo se escondió debajo de la mesa. Con su conducta
llamó más la atención.
Don Locadio, que estaba muy congestionado, se puso de
pie. Tenía que infligir un castigo a Clorindo.
–No es posible que este niño –dijo– llene nuestros alimentos
de hormigas. Contienen ácido fórmico, un laxante muy enérgico.
–Nos haría falta, después de lo que hemos comido –dijo
Delia Ramírez, con amable sonrisa.
–¿Qué castigo se le puede infligir? –dijo Sara–. Ya
comió todo lo que quiso.
–Buscaré los látigos y lo azotaré delante de todos ustedes
–dijo Locadio–. Es un asesino. Lo mismo hubiera puesto veneno, en vez de hormigas.
Todo el mundo calló. Don Locadio buscó el látigo, tomó
de una pierna a Clorindo. Retiró el plato, los cubiertos y el vaso colocados frente
a su asiento y puso a Clorindo sobre la mesa. Le sacó el pantalón y le asestó ocho
latigazos.
–Qué horrible –dijo Pirucha, cubriéndose la cara–. ¡Qué
indecente! Es la primera vez que veo un varón desnudo.
–¿No tienes hermanitos? –preguntó Rosita, con naturalidad.
Cuando terminó de asestar los latigazos, don Locadio sudaba. –Y ahora hay que perdonarlo
–dijo Sara, vistiendo a Clorindo–. No lo harás nunca más, nunca más. ¿No es cierto?
–Nunca más –dijo Clorindo.
Clorindo buscaba algo sobre la mesa. Tomó su cuchillito
y sin vacilar se lo clavó a don Locadio en el corazón.
Fue en ese momento cuando los invitados creyeron que
habían tenido una premonición, pues al encaminarse al banquete habían visto árboles
con un corazón grabado en el tronco y una puñalada profunda en el centro.
Clorindo se divertía, como todos los niños, con juegos
de su invención; el predilecto había sido aquel juego del corazón grabado por él
mismo, en los troncos de los árboles, al que le clavaba un cuchillo, probando su
puntería, que era bastante buena. Los árboles del pueblo, desde hacía tiempo, llevaban
todos la marca de estos juegos.
“Por aquí pasó el diablo, que se apoderó del alma de
Clorindo”, dijeron las personas, después del crimen, al ver los troncos marcados.
Y yo me sentí culpable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario