Harold Kremer
Lo ideal sería que la leona antes de atacar y devorar al pequeño ciervo,
hablara con la madre del animalito y le dijera los motivos del crimen. Quizá la
cierva la invitaría entonces a un trago porque tendría mucho de qué hablar sobre
ese tema, pues ya ha perdido cinco ciervitos en las garras de leones, leopardos
y otros depredadores. Pensaría la cierva: “Al fin y al cabo las dos somos madres,
y hablaríamos de sentimientos y esas cosas”. Y sucedió que la leona le aceptó el
trago y se fueron a la taberna y ustedes saben que una copa de licor siempre trae
otra y helas allí bebiendo toda la tarde de ese sábado. La cierva llorando por los
hijos perdidos y la leona consolándola, pidiendo servilletas para limpiar las lágrimas
de la madre. Y a la cierva se le ocurrió una idea genial: pidió dos ensaladas, con
bastante pasto, aderezada con hojas tiernas y sazonada con perejil y cilantro. “Pruebe
usted, señora leona”, dijo, “es deliciosa”. La leona hizo un gesto de desagrado
e iba a pedir una porción de carne, pero por consideración decidió comer la ensalada.
Y helas allí bebiendo y comiendo, secreteándose sobre amores y riendo y gozando.
La leona dijo que la ensalada de verdad estaba buena y que iba a llevar varias para
que la probaran las otras leonas, los dos leones y los leoncitos que estaban esperándola
para comer. Y a la cierva se le hizo un nudo en la garganta, un nudo de felicidad
que tuvo que deshacer con otro vaso de whisky, y las dos entendieron en esa noche
de luna llena que era posible, por fin, convivir en paz, y se abrazaron y sellaron
un pacto de no agresión y para celebrar pidieron otro trago y otro, hasta que la
cierva, borracha, cayó sobre la mesa.
¿Y era ético para la leona dejar a su nueva amiga allí,
con las amenazas y peligros de hoy en día? “No, señor”, se dijo a sí misma, y se
cargó a la cierva para llevarla hasta el pastizal. Y se fueron por ese camino, tambaleándose,
cantando “Pueblito viejo” y otras canciones. Y la gente animal (jirafas, cocodrilos,
cebras y otros) se maravillaban al ver semejante escena. Se le ocurrió a la leona,
en último momento, presentar su nueva amiga a la manada. “¿Por qué no?”, se preguntó,
“si hasta comadres vamos a ser”.
Y cargó a su amiga hasta la casa donde leones, leonas
y leoncitos devoraron a la cierva mientras alababan el buen sabor de la carne curtida
en alcohol.
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