Queta Navagómez
En
la ambulancia, el paramédico informa al hospital que la frustrada suicida
presenta fracturas múltiples en la mandíbula y las muñecas de ambas manos;
fracturas que tardarán en sanar. La jovencita se desespera. De nada le ha valido
arrojarse desde un segundo piso en busca de la muerte. “Seguiré viva”, piensa.
Entonces se da cuenta de que no puede hablar; tampoco mover las manos rotas. Se
agita, se angustia, se exaspera. ¡Está viva! Debe sacar y hacer pedazos la
carta que trae en la bolsa trasera del pantalón. Si el paramédico la ayudara a
hacerlo… Mueve los ojos, gesticula, intenta darse a entender. Al verla tan
agitada, él le aplica un sedante y logra dormirla. En la bolsa de su pantalón
sigue doblada la carta, dirigida a la madre. Es una confesión de odio, de los
celos atroces que la embargan al compartir con ella a su padrastro.
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