Queta Navagómez
La
nena pidió un muñeco de fuego para cumpleaños. Los padres, al considerarlo
peligroso, le obsequiaron un oso de peluche. Meses después ella exigió el
muñeco de fuego para Navidad, e hizo un berrinche que duró hasta Año Nuevo. El Día
de Reyes, papi llegó cargando el pesado estuche de piedra volcánica. Con
pinzas, mami desató los gruesos alambres en forma de moño y arrancó los sellos
que advertían los riesgos de un mal uso, dejando a la vista el gran juguete
recubierto y relleno con lava hirviente. Emocionada, la niña lo tomó con largas
tenazas. Ya en su recámara lo accionó a control remoto.
Fue la primera noche que durmió tranquila,
ni fantasmas ni brujas ni monstruos en el clóset pudieron burlar a aquel
maniquí en llamas que iba y venía por el cuarto, resguardando la pequeña cama.
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