Alberto Chimal
En
los cabarets de la ciudad de los robots, los clientes beben aceite enriquecido,
se conectan a redes eléctricas de voltajes exóticos y escuchan a los músicos y
cantantes. Hay desde androides con formación operística hasta arañas rupestres
que tocan cuatro guitarras a la vez. Y los repertorios también son muy
variados: piezas de Kraftwerk y otros clásicos se alternan con las de
cantautores actuales.
Pero el más curioso de todos estos
artistas es Benito Punzón, quien cada noche aparece en el escenario,
impecablemente vestido, y no utiliza ningún instrumento, ni siquiera su altavoz
integrado. En cambio, zumba como planta eléctrica, martilla como antigua caja
registradora, incluso imita el rascar de la piedra en las minas profundas:
todos esos sonidos que para los robots son signos del pasado más remoto, de
antes de la existencia del primer cerebro electrónico. La mayoría nunca los ha
escuchado en otra parte pero todos se conmueven: alguno tiembla, otro arroja
chispas que son como lágrimas.
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