Alberto Laiseca
¿Por
qué estoy aquí? Yo no sé por qué estoy aquí, ni quién es toda esta gente, no puedo
entender nada, el personal directivo está vestido de blanco, nosotros con piyamas
grises, sé perfectamente que esto es un manicomio, pero no es mi lugar, yo no estoy
loco. Ahora, en verdad no sé por qué hice lo que hice, pero eso no quiere decir
que esté loco. Lo quería mucho a mi padre, creo que mejor padre no puede tener un
hijo que el que yo tuve, era como un gigante de cinco metros de altura, un genio,
como un Dios, por tener el padre que tenía era realmente privilegiado, privilegiado…
Vivíamos juntos, yo solo con papá, desde que
murió mamá cuando era muy chico, él me daba consejos, muy buenos consejos, era un
verdadero padre, daba muy buenos consejos, lástima que yo no podía seguir ni uno,
él por ejemplo me decía pero con justa razón:
–¡Oye infeliz!, ya es hora de que estudies
o trabajes que ya tienes 20 años, que no puedes seguir viviendo a costillas de tu
padre toda la vida.
Tenía razón papá, tenía toda la razón.
–¡Oye!, otros chavales andan detrás de las
chavalas, pero no tú, tú te quedas acá todo el día, así nunca me vas a dar un nieto,
ya tienes 20 años, eres grande.
Él tenía razón, papá siempre tenía razón, era
un genio, todo, todo sabía, yo le quería decir a la muchacha, no me animaba a decírselo,
pero cómo voy a hacer para acercármele, hay que conmoverlas, yo no sé cómo conmover
a una mujer, si tú a una mujer no la conmueves nunca va a andar contigo por más
joven y lindo que seas, y qué las voy a conmover yo que soy un yeso, así, todo apretado,
duro, siempre mirando a las chavalas con ojos de huevo frito, si soy un infeliz,
les tengo miedo, ¿ustedes no se sienten inseguros?, ¿no? Yo sí, toda la vida.
Papá hacía la comida, era muy buen cocinero,
yo no sé ni preparar un huevo frito, yo quise aprender cuando era chico, pero papá
se reía de mí y me decía:
–¡Eeeh!, ¡esto no es pa’ ti! La cocina es una
cosa de artistas, tú no tienes talento pa’ esto, anda, anda, ¡ve y lava los platos!
Eso sí, les voy a decir una cosa eh, soy muy
buen carpintero, porque buen carpintero sí que soy, muy buen carpintero. En casa,
en mis ratos libres, que eran los más, pues hacía mesitas, juguetes, sillas y todo
muy perfecto, eso lo enojaba mucho a papá, decía:
–¡Tú sí eres bueno pa’ hacer pamplinas!, ya
que eres bueno pa’ hacer pamplinas, ¿por qué no te empleas en una carpintería? Así
traerías un poco de dinero a casa, ¡pero no!, a ti ni se te ocurre, ¡ni se te ocurre!
Yo me reía porque es algo que me pasa cuando
me dan consejos y yo ya había pensado en emplearme en una carpintería, pero bastó
que papá me dijese que me empleara en una carpintería para que se me fuesen las
ganas, jaja, no sé por qué soy así, se me fueron las ganas.
Yo soy un misterio, incluso para mí mismo,
un misterio muy aburrido la verdad, pero misterio al fin, no sé por qué hice lo
que hice, pero no estoy loco. Fue ahí donde empecé a pensar en la ballesta, ¿ustedes
saben qué es una ballesta? Sirve para tirar flechas, es como un fusil pero sin pólvora,
tira flechas con más precisión y más fuerza que un arco.
Yo así en un paseíto que di, vi en una armería
que había una ballesta, entré, le pedí al dueño que me la mostrara, la tuve en mis
manos y en seguida comprendí el mecanismo, me fui a casa y ahí me fabriqué yo una,
con maderas y bronce, soy muy buen carpintero. La probaba en el patio, a 10 metros
la agarraba a tiros, entonces como siempre todos los días estábamos igual, a comer
y después de comer, yo hacía como que me iba a mi cuarto para hacer cosas y él protestaba
que “¡ah!, éste que no lava los platos en seguida después de comer, siempre dejando
las cosas a lo último”, estaba refunfuñando mi apá y yo volvía a punta de pie a
mi cuarto y le apuntaba con la ballesta, no le iba a tirar, ¿cómo le voy a tirar
a mi padre?, ¡pues no!, a mi padre no le voy a tirar, pero me excitaba apuntarle
a la cabeza con una flecha puesta, ¿cómo le iba a tirar?
Hasta que una tarde, fue un día igual que cualquier
otro, él me daba más y mejores consejos que nunca, y no sé por qué le dio por hablar
de la Dolores, me dijo:
–¡Oye!, a ti la Dolores te mira mucho, ¿qué
esperás para ir y enamorarla?, así me darías un nieto.
La Dolores es una muchacha de acá a la vuelta,
es a la que a mí me hubiera gustado acercármele, claro que hubiera tenido hijos
con ella, entonces, francamente cuando me dijo eso, ahí se me fueron las ganas de
comer, le dije a papá que no tenía más hambre y me fui a mi cuarto y volví con la
ballesta, como otras veces él estaba rezongando como siempre:
–¡Eh!, este que no lava los cacharros en seguida
después de comer, siempre dejando las cosas pa’ lo último.
Estaba refunfuñando papá, y ahí sí apreté el
gatillo, la flecha que tenía puntas de plomo pues yo les hice puntas de plomo, le
entró en la nuca y cayó al piso sin ningún gemido, con convulsión… convulsión… no
lo podía creer, yo creí que papá iba a vivir para siempre porque un hombre tan alto
de cinco metros de altura, una mísera flecha no le puede hacer nada a papá, ¡pues
no!, le entró como si fuera una bala.
Me acerqué y vi que todavía estaba vivo, entonces
le tiré otras cuatro flechas más en la cabeza, la primera no, la primera sentí una
especie de odio y amor, o yo qué sé y no sé por qué, pero las otras cuatro no, las
otras cuatro sí lo hice por caridad, por piedad, para que no sufra, para que no
sufra, claro.
Entonces me di cuenta que algo no estaba bien,
me fui a mi cuarto y traje una almohada, le quité la flecha de la nuca que era la
primera, la que había traído to’l incordio, y lo puse a reposar, las otras 4 flechas
no se las saqué, tenía como una corona de espinas, y es lo lógico porque para un
padre tener un hijo como yo era una verdadera cruz, ¡eso es cierto!, por eso me
sorprendió lo que me preguntó la policía, que por qué había hecho una cosa tan rara
de sacarle la flecha de atrás y ponerlo boca arriba, pues para que repose, para
que esté tranquilo, para que esté más cómodo, para eso lo hice.
Ya hace 10 años que me han traído a este lugar,
y no comprendo por qué, la verdad, yo siempre quise a mi padre, me daba tan buenos
consejos. La cabeza de mi padre, siempre admiré a la cabeza de mi padre, el centro
de todo su poder, la cabeza de un genio, la cabeza de un rey, la cabeza de un Dios.
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