Víctor Roura
Después de mi breve estancia en Japón, invitado por la sobrina de Akira Yoshizawa,
he decidido proponer aquí en México un taller de origami para que los niños cultiven
con sabiduría su tiempo libre. En la nación oriental tomé un curso intensivo. En
dos días ya podía hacer, sin instructor mediante, unas treinta y cuatro figuras
de papel. Tonya, cuyo tío Yoshizawa es el máximo exponente de este arte, me enseñaba
a su vez, en privado, algunos trucos íntimos de familia. Tonya no quería que hiciera
mis maletas para regresar a México. Se enfadó mucho. Se paró enfrente de mí, tiró
al suelo varias figurillas de cartoncillo que había realizado diestramente (una
de ella era el retrato casi exacto, ¡en papel!, de Winona Ryder), y gritó, en su
defectuoso español:
–¡Tú aplovechalte de mí!
Negué con la cabeza.
–¡Tú quelel sólo explotal mi conocimiento! –dijo.
Volví a negar, pero la Tonya estaba furiosa. Empezó
a romper mi trabajo de papel. “Todas las mujeres son iguales”, pensé, en un arranque
de abatimiento amoroso; pero lo que me deprimió no fue tanto la cólera de Tonya
como la cancelación de mi muestra (acordada antes vía telefónica) en la Galería
Pecanins. Me fui de Japón sin despedirme.
Y no es que quiera explotar en mi beneficio su conocimiento
origámico, pero si ya conozco sus secretos, digo, ¿por qué no difundirlo en nuestro
país? Los profesores de la Casa de la Cultura de la colonia Moderna han acogido
con beneplácito la idea (en la UNAM los funcionarios culturales se negaron a recibirme:
“Díganle a Roura que ya tenemos al Papirolas y el presupuesto ya está repartido”).
Mi intención no es lucrativa, sino educativa (aunque si ello me permite alejarme
del periodismo, no dudaría en adoptar el arte del origami como mi nuevo oficio).
Antes de que salga la convocatoria de mi curso (¿Cuál
es tu papel? Va a ser el título), quiero animar a los futuros participantes.
A continuación, expongo tres trabajos de mi propia invención:
1. La tortuga tabasqueña. Para aminorar la represiva
influencia que han ocasionado las impertinentes tortugas ninja, realizaremos un
viaje hacia el poblado de Frontera en Tabasco para apreciar a sus tortugas que,
con fortuna, no saben nada de karate ni de golpes bajos. Elegir una hoja de papel
bond, preferentemente tamaño oficio, de color verde acuático. Hacer ocho dobleces,
cada uno de los cuales partirá exactamente a la mitad el doblez precedente. Luego,
volver al estado original; es decir, desdoblar lo doblado hasta obtener de nuevo
el original tamaño oficio. El anterior ejercicio servirá para flexibilizar a la
naciente tortuga. Luego, con los cinco dedos de la mano derecha, se procede a conformar
un arco de ángulo derecho de tal manera que dicha forma circular sea, a la larga,
la cabeza del reptil. Después, proporcionar dos triángulos: uno, equilátero, que
parta de la mitad hasta cinco centímetros antes del cuello; otro, isósceles, que
se distribuya de los mismos cinco centímetros del quelonio hasta donde sea posible.
Doblar, en la parte opuesta a la cabeza, tres romboides que se distribuyan con habilidad
dentro de los dos triángulos acabados de efectuar. Observamos que de tal estrujamiento
geométrico se forma, como por encanto, un hueco donde soplaremos con suavidad para
que el cuerpo del animal se infle moderadamente. Para evitar que por ahí se escape
el aire, actuamos en consecuencia colocándole una cola, misma que haremos mediante
una servilleta la cual convertiremos, en un santiamén, en una especie de minúsculo
cucurucho. Si bien no es obligatorio, la tortuga tabasqueña no se vería mal si le
pegamos en la concha innumerables lentejuelas de distintos colores. Las patitas
se colocarán en los cuatro costados (cada una de ellas será un papel recortado del
tamaño de un pulgar). Terminada, la tortuga incluso podrá nadar (si después de mojada
se desmorona la figura, hacer otra; apostar, a espaldas de las autoridades delegacionales,
a ver quién hace más en menos tiempo).
2. Intelectual resfriado. Hacer una bolita de
papel. Arrugarla. Como segundo paso, hacer otra bola de papel pero aún más pequeña.
Arrugarla inmisericordemente. Recortar a la mitad esta nueva bolita. Pegarla con
Resistol en cualquier parte de la primera esfera arrugada. De lejos tendrá la forma
de un cerebro. Acostar el cerebro en una cama. Luego, escribir un libro con una
extensión mínima de cuatrocientas cuarenta y tres páginas (si no hay inventiva suficiente
como para crear un libro propio, se puede copiar cualquiera –El péndulo de Foucault
de Eco o Periodismo y creación literaria, París, 1924-1933 de Miguel Ángel
Asturias que tiene cerca de mil páginas). En seguida, tirar sin orden las cuartillas
a la cama para dar la impresión de una agonía literaria. (También en el origami
se permiten las metáforas. En Japón presenté esta idea en una instalación performancera
y fue aplaudida rabiosamente por un público meticuloso y especializado. De inmediato,
registré con copyright mi exposición.)
3. Premio Nobel de Literatura. Recortar la forma
de una estrella de un cartoncillo (el color puede variar). Luego, hacer tubitos
de papel, delgados pero resistentes, uno tras otro. Pegarlos. Conformar una inconmensurable
e interminable varita de papel. Hasta mero arriba pegar la estrella de cartoncillo,
de tal modo que sea inalcanzable. (Estas sugerencias han trastornado a los críticos
nipones que han denominado a esta inesperada corriente como el nuevo origami).
El taller tendrá cupo limitado.
Que conste.
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