Alejandro Pérez Utrera
Éramos invencibles. No había derrota posible con nuestras capas
poderosas de toalla casera. No había rascacielos de un metro inescalables ni
cómo morir de hambre con veinte centavos de caramelos de anís. Ni una
herramienta táctica nos faltaba en nuestros Baticintos: fornituras atravesadas
de “tubos” con los que Ada y Estela se mal rizaban el pelo. Volábamos en
calzones, temerarios, sobre el cuadrángulo del colchón. Tu mascarilla de Batman
de media cara se proyectaba en la batinoche de La Merced. Yo era el Robin
reumatoide que aspiraba a ser tú; tú, el Batman que lloraba todas las noches
sangrándose la piel de tanto rascarse alergias sin cura. Ciudad Gótica, claro,
apestaba a fruta podrida… anuncio siniestro de que El Guasón rondaba, ya en
Topacio, ya en Roldán. ¿Qué batimadres haremos, Batman? (Me aterra ver dudoso a
mi alter ego aun luego de haberse zampado cinco chicles Motitas de plátano).
¿Qué batiputamadre haremos, Batman? ¡Uf! Cuando Batman duda, todo está perdido.
Hasta Robin, claro está.
No hay comentarios:
Publicar un comentario