Manuel Vicent
En la terraza de un bar de la
playa están sentados un viejo y un niño. El mar acaba de purgarse con un
temporal y ha dejado la arena cubierta de algas rojas muy amargas, pero las
aguas ya se han calmado y el viejo le señala al niño un buque explorador fondeado
en un punto del horizonte que está sacando del abismo un galeón de bucaneros
que se hundió en tiempos muy remotos. Mira, le dice el viejo, aquel buque tiene
un brazo articulado que ha bajado a mil metros de profundidad y ha introducido
una cámara entre las cuadernas de la nave donde se ven cofres, vajillas,
arcabuces y una sirena color de rosa esculpida en el bauprés. En un camarote
aparece todavía la calavera del capitán coronada de lapas. El niño comienza a
soñar con los ojos muy abiertos.
Todos nuestros juguetes se han
roto, excepto los cuentos que nos contaron en la niñez y que de una forma u
otra nos llevan siempre a la isla del tesoro. Gracias al sistema de detección
por satélite existen no menos de 4000 barcos localizados en el fondo del mar –trirremes,
carabelas, goletas, galeones– que naufragaron a lo largo de la historia. Lo que
en el Mediterráneo eran dioses, en el Caribe y en los mares el Sur fueron
piratas. Cada abismo contiene sus propios héroes sumergidos, como nuestra
imaginación alberga los deseos más remotos. Existen empresas especializadas en
sacar a la superficie estos barcos cargados de oro o de esculturas de mármol,
lo mismo que la razón extrae las imágenes simbólicas que elabora el cerebro en
la oscuridad de los sueños y las convierte en sensaciones a pleno sol.
El viejo le cuenta al niño un
cuento de corsarios y en la imaginación del niño se sumerge la figura soñada de
un barco fantasma gobernado por unos piratas berberiscos que llegaron a esta
playa para raptar a cuantas mujeres hermosas encontraban. El viejo va aflorando
desde el fondo de su memoria la historia de Simbad el Marino, la del Capitán
Nemo, la de Lord Jim y otros cuentos, juguetes que le habían regalado en la
infancia y nunca se le rompieron. Ahora los saca a la superficie, los deposita
en la imaginación del niño y estos relatos se hunden en su cerebro hasta
alcanzar el fondo de los sueños. Cuando el viejo muera y su cuerpo descienda al
abismo como una nave derrotada, un día, al recordar los cuentos que le había
contado, el niño lo salvará de las aguas como ese buque explorador está
rescatando ahora un galeón de bucaneros que lleva en su vientre cofres repletos
de monedas de oro, una sirena labrada en el bauprés y otros tesoros.
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