José T. Espinosa-Jácome
El tren se detuvo chirriando
en la solitaria estación. Un anciano vestido de gris descendió con dificultad al
andén. La luz de la madrugada iluminaba su usado gabán y se reflejaba en su rostro
ajado por los años luz. El tren, a su espalda, parecía un animal bramando. Dejó
la maleta en el suelo, la abrió, y de ella salieron cinco murciélagos.
El tren se alejaba. Uno de los murciélagos fue a colgarse
de la abombada esfera del reloj de la estación, mientras el anciano con la mirada
buscaba a alguien por el andén. No había nadie, lo que pareció sumirle en una profunda
preocupación. Reflexionaba sobre su soledad cuando una mano le tomó por el hombro.
–Atemba na mag yara –le dijo el conductor de helicópteros
de alquiler–. A sumbaran ter ocejo, lasgor marimbé.
El anciano permaneció inmutable con la vista clavada
en el alero de mitrotanio del edificio ferroviario. Uno de los murciélagos se hallaba
adherido a la esquina del techo.
–Antrueno –dijo con gravedad el conductor–. Ateabó
niar trueco canasutra. Las timbírias del lómbrago cruastenensi dorasti.
El conductor debió insistir, incluso jalar al viejo
por el brazo, para que éste apartara su vista del murciélago y tomase consciencia
de sus actos.
–Ya me iba –pronunció Orbisiano Ele (así se llamaba
el anciano), causando el desconcierto del piloto, ya que las palabras salidas de
sus labios, eran moduladas en un tono de magnífica soprano.
Cuando cruzó la salida los murciélagos le alcanzaron
y Orbisiano pudo leer el pensamiento del conductor debido a sus desarrollados poderes
telepáticos…
–Voy a dejar cuanto antes a este pinche viejo cochino
a su nave espacial porque yo creo que esos murciélagos no pueden ser otra cosa que
aves de malos augurios.
El anciano no hizo caso de las cavilaciones del mediocre
conductor y se redujo a vigilar si los murciélagos le seguían.
–Son magníficos radares para detectar las ondas telepáticas
–se dijo.
Orbisiano Ele puso en funcionamiento el piloto automático
y examinó los controles de mando. El oxígeno era suficiente para llegar al planeta
Plata, en la galaxia Aural. Faltaban tal vez cinco horas, y como quinientos años
luz, pero en tres más debía cambiar la dirección de la nave debido a que entonces
estaría a punto de ser eclipsada la luz solar por una de las lunas del planeta Mitratón,
y, de no cambiar de rumbo, se quedaría varado en el espacio, cuando aún le faltaran
dos horas para llegar a su destino.
Ajustó la alarma a las 8:45, hora planetaria de su
lugar de origen (venía de Neptuno), dejó la cabina de mando, tomó: yogur, jugo,
y una hamburguesa del refrigerador, encaminándose después al gabinete que hacía
las funciones de despacho y alcoba.
Estaba enfrascado en un escrito de Ingvar el Políglota,
el venerable erudito de Oldfather, que no lograba asimilar del todo. Al tomar asiento,
mientras comía y leía, se dio cuenta de que tenía descosido el nuevo overol aislante
entre las piernas; tendría que arreglarlo antes de llegar a su destino si no deseaba
dar una mala impresión… Los murciélagos se habían instalado en una de las salidas
del aire acondicionado que estaba sin funcionar, y, de vez en cuando, le alegraban
su anciano oído, silbando: Drácula Night. Bolitas de murciélago se encontraban
esparcidas por entre los papeles y se apresuró a quitarlas del escritorio. El arzobispo,
Ingvar el Políglota (quien debía su apellido a que había inventado en el año 1986
los idiomas oficiales de cinco planetas en cinco galaxias diferentes, basado en
las reglas de construcción del Esperanto, y en la programación de la historia),
aseguraba que El Primero Sueño de Sor Juana, había sido la descripción real
de un viaje hecho por la monja al infinito, guiada por el astronauta Azor Ubé, natural
de Venus. Embelesada la monja por la belleza que le había inspirado el viaje escribió
el poema, dejándolo en la oscuridad poética absoluta, para no tener que dar explicaciones
de sus andanzas a Aguilar y Seixas. Al interpretarlo de esta manera Ingvar había
llegado a discernir el mecanismo para que las naves absorbieran la luz de las estrellas,
y así desplazarse en línea recta de un lugar a otro.
Los viejos libros de trece centurias atrás se referían
al políglota como a un hombre preocupado por las hormonas, y por el momento en que
aparecía el alma humana al unirse los espermas. La robustez del políglota se veía
simulada por una sotana psicodélico-púrpura. La cortedad de sus pupilas se enmascaraba
con unos gruesos lentes de montura de carey. El arzobispo solía fumar una vieja
pipa sioux presumible de haber pertenecido a Búfalo Bill. Usaba también finísimo
tabaco turco que mezclaba con marihuana proveniente de Manaos, pues detestaba la
yerba venida del hemisferio sur del viejo mundo llamado Tierra. Las enciclopedias
lo describen como un varón que alejaba a los hidrocanoicos vistiendo la sotana,
ya que de esta manera, por las noches, era confundido con alguna malasiana obesa
y bigotona.
Los investigadores de la Edad Helada de las humanidades
(2802–2856), suelen referir que Ingvar comenzó a dejar de ser confiable en 1989,
debido a dos sucesos. Primero, por haberse aliado en sus estudios con Eroto el Maníaco,
de quien afirmaban las damas de la época que miraba feo, y todo porque había logrado
adecuar una química que, a gotas, brindaba a las retinas el poder de los rayos equis.
De la misma época se pueden leer en las hemerotecas que describen con detalle las
crónicas de la edad cristiana, los dimes y diretes que desencadenara el fabuloso
invento de Eroto. Y es que Rolanda Furiosa, agresiva y vulgar lesbiotan de Linóleum
City, había lidereado un movimiento femenino, por medio del cual, planeaba que las
bellas se rebelasen contra el poder ocular de Eroto. Y así, todas las damas habían
decidido asistir al trabajo, a las compras, a los estudios, en fin, a toda actividad,
absteniéndose de prenda alguna de vestir. El objetivo era invalidar, o por lo menos
hacer más leve, la necesidad de recurrir a las poderosas gotas del maníaco. El tal
movimiento no perduraría más de dos semanas, porque Eroto e Ingvar el Políglota,
aseguraron no sólo detectar por medio de los ojos las estructuras óseas, sino también:
el alma. La segunda razón de que su confiabilidad (la del políglota), se viera en
serio amenazada consistía en una historia más larga.
Debido a su insigne cerebro monseñor había creado
una figura androide; superdotada, si tomamos en cuenta que se trataba de un robot.
El políglota logró perfeccionar, con la ayuda de los descubrimientos sobre el genoma
humano, los instrumentos, la piel, los sentidos y las habilidades de comunicación
de su criatura, a tal grado, que casi se podía asegurar que pensaba por sí mismo,
aunque de una manera primitiva.
El androide había sido bautizado como Rangel, el Autómata.
Era de dos metros de altura, y de ojos azules, que cuando perdían energía se tornaban
arcoíris. Había sido armado en su totalidad en Ámsterdan con fines bien precisos:
En los Países Bajos se podía simular que su memoria y pensamientos imperfectos no
eran tales sino que se debían a sus precarios conocimientos del idioma flamenco.
El mismo Rangel el Autómata presumía de haber nacido en Cochabamba y que el gran
Fitzcarraldo, haciéndose pasar por un traficante de cocaína, le había encomendado
una misión en Dublín, empresa que nunca llevó a cabo por falta de fondos, pues Fitzcarraldo
expiraba mientras él corría despavorido por las calles de Irlanda durante un encuentro
de católicos contra militares.
Ingvar el Políglota había decidido no manifestarle,
ni aún al mismo Autómata, que era una criatura suya, aunque siempre estaba cuidando
de su vida y dirigiendo sus pasos. Los viejos anales no registran el fin que tuvo
el excepcional robot creado por el benigno y sabio monseñor. Lo cierto es que Rangel
empezó a rebelarse. Reclamaba con insistencia a la vida su incapacidad para entablar
relaciones sexuales con las divas divinas del Condado de Lempate. A sus ruegos,
el santo varón le encomendó que recurriera al independiente recurso del onanismo,
habilidad habitual que además de ahorrar dinero, anulaba las pérdidas de energía
y de tiempo que requerían las relaciones con el otro. Rangel procedió con un rechazó
rotundo hacia la idea, por implicaciones de índole religiosa. Y de esta manera sería
llevada a cabo una de las mayores equivocaciones que Ingvar el Políglota cometiera,
pues concibió tal negativa, a que el androide había sido creado con una perfecta
imitación del instinto animal humano. El suceso lo ruborizo de felicidad sin saber
que la realidad era muy distinta: el androide ya había intentado los placeres deleitosos
de la masturbación pero con pobres resultados, al grado, que lo habían sumido en
una aplastante y total depresión. Sucedía que cuando ponía en funcionamiento su
imaginación para sacar de los archivos de su imperfecto cerebro las bellas huríes
que acompañarían sus sueños onanistas, los mejores intentos fracasaban. En afortunadas
ocasiones aparecía una liebre, una ciervita, o una gallina, pero por lo general
se veía apabullado por las apariciones en el ámbito de su imaginación, de vacas,
hipopótamas, y hasta rinocerontas. A tal grado le perseguían estas fallidas fantasías
que hasta llegó a pensar, en serio, en convertirse en cazador.
No tardó el políglota en descubrir su error, y por
ello, cuando lo juzgó oportuno, lo encaminó a vivir, como si fuera por propia voluntad,
y por sus propios preparativos, en el arzobispado. Ingvar el Políglota pretendía,
ante la comunidad, y ante la misma criatura, no tener relación alguna, aunque se
preocupaba cuando el androide olvidaba caminar, o abrir los ojos.
En tales elucubraciones (que Orbisiano Ele transcribía
y organizaba en las computadoras de la nave), se encontraba, cuando los murciélagos
comenzaron a voletear por el gabinete. Orbisiano retrajo su energía de las computadoras
y se concentró en las ondas telepáticas. Lo que captó fue terrible: un proyectil
lanzado desde el planeta Genoaleo les alcanzaría en un minuto para destruir la nave.
Se dirigió a los controles y pudo comprobar los datos aportados a través de la telepatía.
Los satélites estaban transmitiendo la noticia de que un francotirador espacial
genoaleociano se entretenía en atacar a todo viajero que se dirigiera al planeta
Plata. Lanzó un desintegrador mauritanio, que en menos de veinte segundos neutralizó
al agresivo artefacto. Cuando volvió al gabinete se encontró con sus pequeños amigos,
adormecidos en la penumbra de la calefacción. Orbisiano, después de secarse el rostro,
reanudó las investigaciones.
La relatividad fue una de las teorías, o quizás la
más importante, que influyó en Ingvar el Políglota. Tal influencia se puede apreciar
en forma definitiva en su libro Prolegómenos a la Homuncumología del Infinito,
Cornell, University Press, Siracusa, 1997, 325 pp.; donde sostiene que cada cuerpo
humano encierra en su interior miles de galaxias donde existen estrellas y planetas.
En algunos de estos planetas hay vida humana. Según la teoría (que como ahora podemos
comprobar fue la toma de consciencia de nuestra civilización), en esos cuerpos microhumanos
existen también otros universos. Por otra parte, en sentido inverso, nosotros vivimos
en nuestro sistema solar, en el cuerpo de un gigante, etc…, etc. Todo es relativo:
espacio y tiempo. El espacio es sólo un fenómeno ocular, y el tiempo es un invento
propiciado por la existencia del genoma humano, para poder expresar el movimiento.
Pero la tesis que resultara galáctico-polémica para los contemporáneos del santo
señor de Oldfather fue, su concepción de Dios como un ente que no se preocupaba
por el sujeto, sino sólo por el mecanismo que echara a andar mundos a los que jamás
volvería a dedicar atención alguna. Todas las teorías, tan valiosas para la filosofía
como ciencia en nuestros días, quedaron plasmadas en la revista Narratario,
órgano documental que registró los más grandes aciertos científicos de la antigüedad.
Es de importancia suma el Tomo VII, número 52, donde el Políglota define que somos
imaginados por un narrador que piensa en materia y cada idea que brota de su mente
se hace real. Monseñor aseguraba que las religiones hasta su tiempo se habían dedicado
a impedir por medio de la oración que el narrador pensara en abstracto porque ello
significaría la nada, la destrucción, que no la desconstrucción del mundo. Monseñor
dio una solución a ese problema existencial: Inventar lo abstracto real e inventar
una manera de vivir en ese mundo, como en una especie de otra dimensión, cual si
pasáramos del cuerpo de un gigante al de otro por medio de nuestras naves y de nuestras
máquinas de tiempo, con los avances de la tecnología de vanguardia. Tal era la meta
a la que después de un milenio, de acuerdo con Orbisiano Ele, aún no hemos llegado.
Pero el viejo jamás llegó a completar la apología
de Ingvar el Políglota. Lo que hemos leído son los restos de lo único que pudo transmitir
desde su gabinete a los satélites de Plata. La nave Enterprise demolió su diminuto
vehículo espacial a las cuatro horas de vuelo, antes de que sonara la alarma. Empujado
por el hambre y por el entusiasmo de leer los documentos milenarios del santo varón
de Oldfather olvidó poner en funcionamiento el aura electromagnética que protegía
a la nave cuando estaba funcionando el piloto automático. Los murciélagos también
quedaron hechos caca por el impacto interespacial. No se sabe si fueron incapaces
de transmitir las ondas telepáticas a su amo porque los tripulantes de la nave Enterprise
eran autómatas, o porque se encontraban haciendo el amor en cadena. Lo cierto es
que la señora Ele, que entonces contaba sesenta y nueve años de edad, no pudo cobrar
seguro alguno, y los restos de su finado esposo han pasado a formar parte de los
deshechos espaciales… Descanse en paz.
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