sábado, 5 de abril de 2025

Milagro

Ana Nicholson Leos

 

La puerta no se abría y yo no sabía qué iba a hacer. Estaba borracha. Todas mis cosas abajo y la pinche puerta cerrada por afuera. Ahí escuché “¿Quién va primero?” y algo como “¿Quién es el primer valiente en cogerse a la gorda?”. Y risas, risas horribles. Yo de pendeja grité “La puerta no abre”. Y me contestaron “Ahorita vamos a ir por ti”. Y más risas. Se me distorsionaron sus caras. Se me salió de la cabeza todo lo guapos que se me hacían. Se me bajó la peda. Qué miedo. Nunca me imaginé que de esas cabezas tan bien peinadas salieran palabras tan malas, ideas tan cochinas. A uno de ellos lo conocía de misa, de la iglesia de Bosques. Son de mi edad. Güeritos de ojo verde. Son vecinos de mis primos. Me asusté también por eso. A Liliana le pasó algo así. Cuando se fueron a Vallarta con sus papás y su hermano. Su hermano llevó a sus amigos. Un día fueron a un antro y la invitaron, le pagaron una pedota. Se gastaron en una noche, con las tarjetas de sus papás, como 15 mil pesos en chupe. Los papás no les dicen nada porque ellos hacen lo mismo. Lili se puso muy peda y estaba como desmayada. Se la cogieron entre todos, dicen que hasta su hermano. Todos se enteraron. Ahora ella es una puta. Para todos. Hasta para su papá. Me dio mucho miedo conocerlos. Yo grité un rato más, primero haciéndome la chistosa “No hay pedo si me dejan aquí otra media hora, eh”. Después desesperada. Pero empezaron a llegar más. Yo sabía qué iba a pasar si no hacía algo. Música de banda y las risas que dejaron de sonar a risas. Eran casi gritos, como de diablo.

A mí lo que me pasó fue un milagro. Con ver la ventana supe que me iba a salvar. Primero no abría, pero le recé a San José. Nada más acabé de pedir y se me abrió la ventana. Vi cómo se abría. Sin tronar, sin escándalo. Como había pedido. Estaba temblando. Si me oían valía madre. Ahí sí subían todos y no uno por uno. Traía vestido y tacones y no me importó. Recé poquito para dar las gracias y me aventé. Brinqué un piso entero. Del miedo no me dolió nada, pero me dolieron las costillas por semanas. Salí a un patio sin reja y luego, luego a la calle. Corrí como loca a donde había más luz y agarré un taxi. Tenía sangre en las rodillas y en las palmas de las manos.

Luego me pasó algo muy raro. A veces creo que también fue parte del milagro. El taxista me dijo: “Señorita, así como anda no debería salir. Aquí nomás, a una cuadra, dejé a unos muchachos y no sabe las cosas que venían diciendo que iban a hacerle a una chamaca que tenían encerrada”. Yo no me la creía. Eran ellos, claro. Me dijo: “Hacen esas cosas por pura maldad”, pero no es cierto, no es que sea por eso. No son malos, ni son buenos. Es que para ellos todo es fácil. Van y se confiesan y se acaba todo. Son los que van a heredar todo el dinero. Los que pagan todo en el antro. Los que tuvieron las infancias felices. Sus papás les perdonan todo. Son los que se casan con las más bonitas. Todos los quieren en la escuela, siempre. Todos saben cómo se apellidan, dónde viven. Todos dicen que son sus amigos, aunque ni los conocen. Entonces ellos hacen y deshacen lo que sea con quien sea. Tienen tanto dinero que si alguien se entera pagan para que se “desentere”. Con esta mano dan limosna y con esta te ponen pastillas en lo que tomas. Y aun así a todos nos gustan. Me empezó a contar lo que me habría pasado. Que las grababan, que las dormían, que se burlaban. Que usaban pastillas, que habían sido muchas. Que era porque se lo merecían, por fáciles. Que de todas formas llegaban solas. Y eso era verdad, yo fui sola. También tenía el vestido muy corto, y sí, estaba buscando un novio.

 

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