Marcial Fernández
Cierto día despertó con
un terrible dolor en la cara. Desde entonces y durante años visitó médicos
generales, neurólogos, acupunturistas, homeópatas, brujas, charlatanes y otros;
y a decir verdad ni aspirinas ni drogas ni agujas ni chochos ni otras tantas
medicinas atinaban a quitarle el mal. Cobarde como era acabó por contratar un
asesino a sueldo. Éste definitivamente lo curó.
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