Marco Merino
Vianey
Valéry, egresada de la Facultad de Ciencias Químicas de la Sorbona, estaba estrenando
su última adquisición en materia de software:
Odorofilia, un programa que prometía sensaciones
nunca vividas.
Conocía perfectamente la existencia de una enorme cantidad de olores y muchos
de ellos los había aspirado personalmente, no sólo en la universidad, sino en
aquella empresa de perfumes donde había trabajado.
Instaló el programa insertando, en la unidad respectiva, el minicubo removible de dos y medio
centímetros cúbicos y un gogolbyte (GoB) de capacidad. Una vez concluida la instalación, empezó a estudiarlo y a familiarizarse con su operación. Al llegar a la parte donde se podían elegir los olores, se sorprendió de la gran variedad. El manual mencionaba que el minicubo traía almacenados seiscientos mil y pico de aromas. Había un menú principal del cual se desprendían múltiples opciones, algunas de las cuales eran:
*
Animal, que contenía: almizcle, ámbar gris, castóreo, cuero, feromonas,
mantequilla, mortadela, natas, pollo. Le
parecieron sumamente prometedores, ¡sobre todo las feromonas!
* Anfetaminas: cáñamo índico, cocaína, elemicina, mezcalina, miristicina, opio… Atrayentes, pero ¿tal vez peligrosos?
* Hierbas, maderas, flores, frutas y especias, con: almendra, azahar, bálsamo, café, cedro, cítrico, clavel, conífera, espliego, haba, heliotropo, ilang-ilang, jazmín, lila, limón, mango, musgo, naranja, pachulí,
rosa, sándalo, tabaco, vainilla, violeta. Estos sonaban más familiares, pero no
por eso menos atrayentes.
* Hidrocarburos aromáticos, mostrando: antraceno, benceno, metano, naftaleno, tolueno, xileno. No le parecieron nada atractivos, más bien repulsivos, como de la antigua época de la petroquímica.
*
Perfumes sintéticos, como: aldehído, cumarina, heliotropina, ionona, terpineol,
vanilina… Exóticos, había que probarlos.
Había muchas opciones más, algunas de las
cuales tenían subopciones, lo que hacía la lista interminable, por lo que
decidió irlas viendo poco a poco. También existían elecciones adicionales, simultáneas
a las anteriores, tales como: afrutado fuerte, afrutado suave, aromático dulce, aromático amargo, fragancia fresca, dominante, refrescante, frívola, lujuriosa, etcétera.
Al seleccionar algún olor y antes
de activarlo, el programa mostraba en el monitor las características y efectos psicológicos y psicosomáticos del mismo, así como aromas que producían efectos iguales. Curioseó algunos ejemplos:
* Sándalo: deduce la actividad cerebral. Similares: espliego, manzanilla y limón.
* Jazmín:
aumenta
la actividad cerebral. Similares: rosa, hierbabuena y clavel.
* Eucalipto: despierta el deseo de trabajar, mejora la concentración y elimina la depresión. Similares: limón y cítricos en general.
* Romero: despierta el deseo de comprar. Similares: espliego y cuero sintético.
Otros efectos que observó fueron: aumenta o
disminuye la presión sanguínea; acelera o ralentiza los latidos del corazón; embota o despierta los sentidos, etcétera.
Lo verdaderamente
excitante del software no era que pudieran
percibirse todos esos olores a
través de la unidad lanzaaromas de la
computadora. Para Vianey
no
se trataba
de
eso. Tenía más de un año trabajando
en su tesis de doctorado en
cibernética en la cual, utilizando aquella especie de traje espacial de astronauta del siglo XXI
que había conseguido, cambiándole el casco por uno típico para viajes por el ciberespacio,
y combinando la Realidad Virtual con Odorofilia pretendía hacer creer, al sujeto
que se introdujera en dicho traje, que se convertiría en una total y completa partícula
odorífera de manera que pudiera saber qué se siente ser olido. Pensaba dedicar su
tesis a la memoria de Patrick Süskind, autor alemán del siglo antepasado, por habérsela inspirado.
Terminó la interfase entre el software que
ella misma había desarrollado y Odorofilia. Conectó el casco al Procesador Central, las mangueras del traje a la Unidad Lanzaaromas,
se metió en él y, a través del micrófono interconstruido, ordenó los comandos respectivos.
Era requisito introducirse al traje completamente desnuda, pues las sustancias odoríferas
iban a ser inyectadas dentro del mismo para que las sensaciones pudieran ser percibidas
en toda la piel y no sólo a través de la nariz. Era una extraña y erótica situación.
Vianey era una joven de apenas veintisiete
años, blanca, delgada, bien formada, de facciones finas y bellas, pero tímida,
introvertida y demasiado dedicada al estudio, que aún vivía con sus padres.
Aunque era un experimento de Realidad Virtual, no podía evitar sentir un cierto
temor y nerviosismo al ser su propio conejillo de indias. Para la primera
prueba eligió un aroma simple: ilang-ilang.
El resultado fue para ella todo un éxito: detectó
no sólo la sensación en la piel y el olor de la flor aromática de Indonesia,
sino que, con las imágenes proyectadas en el visor del casco y los
espectaculares efectos sonoros incluidos, se sintió transportada por cierta materia
volátil a través del espacio. Observó las interesantes formaciones
microscópicas entrelazadas al traspasar lo que sería el hueso etmoides, para finalmente
ser absorbida, a gran velocidad, por una enorme turbulencia que recordaba el
ojo de un huracán o un agujero negro, y que sería el símil de una gigantesca nariz
aspirando. Una vez traspasado aquel túnel, encontró un tranquilo valle donde se
acopló como una llave en su cerradura a su respectiva molécula, sintiendo una
tranquilidad y una paz envidiables. Como si hubiera sido acunada en brazos de la
dulzura universal.
Aquello duró sólo unos minutos y el programa
llegó a su fin, mostrando de nuevo el menú de opciones odoríferas. Ante el
éxito obtenido, decidió de inmediato la elección de una anfetamina, dado que
jamás las
había probado ni las probaría
en
la vida real. Escogió la mezcalina y activó el programa. Luego del siempre emocionante viaje, y en el momento de acoplarse con la molécula olfativa respectiva, sintió algo similar a una fuerte descarga eléctrica, empezó a temblar
y a sentirse sumamente excitada, como llena de una enorme energía, fuerza y lucidez.
Aquello fue impactante.
Abandonó el traje, se bañó, se vistió y
decidió ponerse a trabajar, adicionando al programa una opción de tiempo de
manera que el usuario pudiera elegir los minutos que deseaba permanecer unido a
su molécula olfativa. También colocó un nuevo menú en donde se podía seleccionar
algún acompañante visual durante el viaje, el cual podía ser capturado fotográficamente
y en tercera dimensión, de la imagen real de cualquier persona, adicionándolo a
la Base de Imágenes.
Luego de varios días decidió aventurarse
con algo más sugestivo que le representaba parte de sus problemas personales, y
que la atormentaban desde hacía años
cuando tuvo relaciones en más de una ocasión con Olivier, aquel apuesto
joven, tierno y amable, que besaba deliciosamente, pero que nunca le hizo sentir
aquello que llamaban “orgasmo”. Nunca
pudo saber si era frígida o
había
hecho algo mal, pero se sentía
culpable. Eligió del grupo Animal, opción Feromonas, aquel efluvio llamado androstenol
salival que permitía sentir la deliciosa sensación de los besos. Sabía que los olores llegaban directamente a la pituitaria a través del sistema límbico, sin control del encéfalo, es decir,
provocando sentimientos que la razón no puede controlar, pero no conocía a ciencia cierta lo que ocurriría al recibir
las sustancias por toda la piel.
Era justamente el tema de su
tesis.
Eligió a Olivier como su acompañante
virtual, marcó cinco minutos en el nuevo control de tiempo y esperó el viaje…
Se sintió convertida en unos
inmensos
y carnosos
labios e identificó la boca de Olivier que la acompañaba. Aquel inmenso torbellino negro fue reduciéndose hasta el tamaño de un escenario, en el que brotaban luces de quién sabe dónde que, como reflectores en un teatro, perseguían a los protagonistas. Y helos aquí, volando hacia el centro del escenario, ella siguiéndolo a él, él persiguiéndola
a
ella, ambos encontrándose en un eterno juego, donde los acoplamientos son infinitos, eternos, donde la variedad de juegos, toques, roces, parecen no tener principio ni fin. Están desnudos, a flor de piel –nunca han tenido ropajes–, rosados, encarnados, rojos, guinda, púrpura; y de pronto, al abrirse,
al sonreír, brilla
su
blancura interior y vuelan dando giros espectaculares, en todos sentidos, hacia todas partes.
Las luces los persiguen enconadamente para no perder, ni por un instante, aquel maravilloso espectáculo teatral, circense, erótico, apasionado, en donde cada vez que se encuentran estallan miles de fuegos fatuos, pero lo más asombroso es su habilidad de amoldarse, aceptarse uno al otro, como si fueran dos contorsionistas hechos de algún extraño material de un recóndito lugar del universo, que sin importar el punto de contacto ni el ángulo de unión: de frente, inclinados, de lado, de tres cuartos, dos cuartos, un cuarto, miles de cuartos, siempre se saben unidos en perfecta armonía,
en aquella danza ritual, espasmódica, loca, armónica, que concluye en una
fusión-explosión para reiniciar su acto nuevamente, en un sinfín eterno; por la
unión de dos bocas. Aquello fue maravilloso, así que decidió probar un cóctel propio,
pues el software odorífero permitía
opciones de aromas múltiples, aunque las instrucciones indicaban que no podían predecirse las sensaciones resultantes si se
elegía más de uno.
Seleccionó una mezcla de dos
opciones del grupo Animal, Feromonas,
eligiendo: el androstenol salival, que antes había probado, y las androsteronas
sudoríferas en todas sus variantes: anal, axilar, clitoridiana, peneal, perineal y vulvar.
Si
iba a sentir un orgasmo o algo similar, quería que fuera inolvidable. En las opciones adicionales eligió aromativo dulce, pues no podía dejar de ser
romántica, pero también incluyó fragancia frívola y lujuriosa. En un arranque de deseos mil veces soñados y contenidos se decidió por treinta minutos. Sin embargo, optó por no incluir acompañante.
Empieza como una leve
agitación, una vibración creciente, un borboteo
por dentro, la vista
se ennegrece, se
perturba
la razón y una explosión
corpórea comienza a desencadenarse.
Por todo el cuerpo siente como si mil manos y lenguas la frotaran y cientos de
hombres la penetraran; suda
copiosamente y la atacan espasmos ciclópeos; el cuerpo se retuerce en orgasmos
continuos, intensos e imparables. Continúa así por un tiempo que parece
infinito, sin salida, sin desenlace ni conclusión.
Ahora se le ve,
a aquella inteligente Vianey, vagando por las calles de París, sucia y
desharrapada, con la vista extraviada, mirando sin mirar, causando asombro y a
veces lástima a quienes la conocieron y aun a los extraños que observan a tan
bella criatura, divagante, abstraída, a veces sonriente, otras con breves
espasmos, como si sintiera fuertes escalofríos; una Vianey cuyo brillante futuro se quedó en la
realidad virtual…
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