Charles Bukowski
Linda y yo vivíamos
justo frente al parque McArthur, y una noche que estábamos bebiendo vimos por
la ventana que caía un hombre. una visión extraña, parecía un chiste, pero no
era ningún chiste pues el cuerpo se estrelló en la calle. “dios mío”, le dije a
Linda, “¡se espachurró como un tomate pasado! ¡no somos más que tripas y mierda
y material pegajoso! ¡ven! ¡ven! ¡míralo!”. Linda se acercó a la ventana, luego
corrió al baño y vomitó. luego volvió. me volví y la miré. “te lo digo de
veras, querida, es exactamente igual que un gran cuenco de espaguetis y carne
podrida, ¡aderezado con una camisa y un traje rotos!”. Linda volvió corriendo
al baño y vomitó otra vez.
me
senté y seguí bebiendo vino. pronto oí la sirena. lo que necesitaban en
realidad era el departamento de basuras. bueno, qué carajo, todos tenemos
nuestros problemas. yo no sabía nunca de dónde iba a venir el dinero del
alquiler y estábamos demasiado enfermos de tanto beber para buscar trabajo.
cuando nos preocupábamos, lo único que podíamos hacer para eliminar nuestras
preocupaciones era coger. esto nos hacía olvidar un rato. cogíamos mucho y,
para suerte mía, Linda era un polvo magnífico. todo aquel hotel estaba lleno de
gente como nosotros, que bebían vino y cogían y no sabían después qué. de vez
en cuando, uno de ellos se tiraba por la ventana. pero el dinero siempre nos
llegaba de algún sitio; justo cuando todo parecía indicar que tendríamos que
comernos nuestra propia mierda. una vez 300 dólares de una tía muerta, otra un
reembolso fiscal demorado. otra vez iba yo en autobús y en el asiento de
enfrente aparecen aquellas monedas de cincuenta centavos. yo no sabía, ni lo sé
todavía, qué significaba aquello, quién lo había dejado allí. me cambié de
asiento y empecé a guardarme las monedas. cuando llené los bolsillo, apreté el
timbre y bajé en la primera parada. nadie dijo nada ni intentó detenerme. en
fin, cuando estás borracho, sueles ser afortunado; aunque no seas un tipo de
suerte, puedes ser afortunado.
pasábamos
siempre parte del día en el parque mirando los patos. te aseguro que cuando
andas mal de salud por darle sin parar a la botella y por falta de comida
decente, y estás cansado de coger para intentar olvidar, no hay como irse a ver
los patos. quiero decir, tienes que salir del cuarto, porque puedes caer en la
tristeza profunda profunda y puedes verte en seguida saltando por la ventana.
es más fácil de lo que te imaginas. así que Linda y yo nos sentábamos en un
banco a mirar los patos. a los patos les da todo igual, no tienen que pagar alquiler,
ni ropa; tienen comida en abundancia, les basta con flotar de aquí para allá
cagando y graznando. picoteando, mordisqueando, comiendo siempre. de cuando en
cuando, de noche, uno de los del hotel captura un pato, lo mata, lo mete en su
habitación, lo limpia y lo guisa. nosotros lo pensamos pero nunca lo hicimos.
además es difícil cogerlos; en cuanto te acercas ¡SLUUUSCH! una rociada de agua
y el cabrón se fue… nosotros solíamos comer pastelitos hechos de harina y agua,
o de vez en cuando robábamos alguna mazorca de maíz (había un tipo que tenía un
plantel de maíz) no creo que llegase a conseguir comer ni una mazorca, y luego
robábamos siempre algo en los mercados al aire libre… me refiero a las tiendas
que tienen mercancías expuestas a la puerta; esto significaba un tomate o dos o
un pepino pequeño de cuando en cuando, pero éramos ladronzuelos, rateritos, y
nos basábamos sobre todo en la suerte. los cigarrillos eran lo más fácil, te
dabas un paseo de noche y siempre alguien dejaba la ventanilla de un carro sin
subir y un paquete o medio paquete de cigarrillos en la guantera. en fin
nuestros auténticos problemas eran la bebida y el alquiler. y cogíamos y nos
preocupábamos por esto.
y
como siempre llegan los días de desesperación total, llegaron los nuestros. no
había vino, no había suerte, ya no había nada. no había crédito de la casera ni
de la licorería. decidí poner el despertador a las cinco y media de la mañana y
bajar al Mercado de Trabajo Agrícola, pero ni siquiera el despertador funcionó
bien. se había estropeado y yo lo había abierto para arreglarlo. tenía un
muelle roto y el único medio que se me ocurrió de arreglarlo fue romper un
trozo y enganchar de nuevo el resto, cerrarlo y darle cuerda. ¿quieren saber lo
que les pasa a los despertadores, y supongo que a toda clase de relojes, si les
pones un muelle más pequeño? lo diré: cuanto más pequeño sea el muelle, más de
prisa andan las manecillas. era una especie de reloj loco, se los aseguro, y
cuando nos cansábamos de coger para olvidar las preocupaciones solíamos
contemplar aquel reloj e intentar determinar la hora que era realmente. y veías
correr aquel minutero… nos reíamos mucho.
un
día tardamos una semana en adivinarlo, descubrimos que el reloj andaba treinta
horas por cada doce horas reales de tiempo. y había que darle cuerda cada siete
u ocho, porque si no se paraba. a veces despertábamos y mirábamos el reloj y
nos preguntábamos qué hora sería.
–¿te
das cuenta, querida? –decía yo– el reloj anda dos veces y media más de prisa de
lo normal. es muy fácil.
–sí,
pero ¿qué hora era cuando pusiste el reloj por última vez? –me preguntó ella.
–que
me cuelguen si lo sé, nena, estaba borracho.
–bueno,
será mejor que le des cuerda porque si no se parará.
–de
acuerdo.
le
di cuerda, luego cogimos.
así
que la mañana que decidí ir al Mercado de Trabajo Agrícola no conseguí que el
reloj funcionase. conseguimos en algún sitio una botella de vino y la bebimos
lentamente. yo miraba aquel reloj, sin entenderlo, temiendo no despertar.
simplemente me tumbé en la cama y no dormí en toda la noche. luego me levanté,
me vestí y bajé a la calle San Pedro. había demasiada gente por allí, paseando
y esperando. vi unos cuantos tomates en las ventanas y cogí dos o tres y me los
comí. había un gran cartel: SE NECESITAN RECOGEDORES DE ALGODÓN PARA
BAKERSFIELD. COMIDA Y ALOJAMIENTO. ¿qué demonios era aquello? ¿algodón en
Bakersfield, California? pensé en Eli Whitney y el motor que había eliminado
todo aquello. luego apareció un camión grande y resultó que necesitaban
recogedores de tomates. bueno, mierda, me fastidiaba dejar a Linda en aquella
cama tan sola. no la creía capaz de dormir sola mucho tiempo. pero decidí
intentarlo. todos empezaron a subir al camión. yo esperé y me aseguré de que
todas las damas estaban a bordo, y las había grandes. cuando todos estaban
arriba, intenté subir yo. un mexicano alto, evidentemente el capataz, empezó a
subir el cierre de la caja: “¡lo siento, señor, completo”! y se fueron sin mí.
eran
casi las nueve y el paseo de vuelta hasta el hotel me llevó una hora. me
cruzaba con mucha gente bien vestida y con expresión estúpida. estuvo a punto
de atropellarme un tipo furioso con un Caddy negro. no sé por qué estaba
furioso. quizás el tiempo. hacía mucho calor. cuando llegué al hotel tuve que
subir las escaleras porque el ascensor quedaba junto a la puerta de la casera y
ella andaba siempre jodiendo con el ascensor, limpiándolo y frotándolo, o
simplemente allí sentada espiando.
eran
seis pisos y cuando llegué oí risas en mi habitación. la zorra de Linda no
había esperado mucho. en fin, le daría una buena zurra y también a él. abrí la
puerta. eran Linda, Jeannie y Eve.
–¡querido!
–dijo Linda.
se
acercó a mí. estaba toda elegante, con zapatos de tacón alto. me dio un montón
de lengua cuando nos besamos.
–¡Jeannie
acaba de recibir su primer cheque del desempleo y Eve está en la ayuda a los
desocupados! ¡estamos celebrándolo!
había
mucho vino de Oporto. entré y me di un baño y luego salí con mis pantalones
cortos. me gusta mucho enseñar las piernas. nunca he visto unas piernas de
hombre tan grandes y vigorosas como las mías. el resto de mi persona no vale
demasiado. me senté con mis raídos pantalones cortos y posé los pies en la
mesita de café.
–¡mierda!
¡miren esas piernas! –dijo Jeannie. –sí, sí –dijo Eve.
Linda
sonrió. me sirvieron un vaso de vino.
ya
saben cómo son esas cosas. bebimos y hablamos, hablamos y bebimos. las chicas
salieron a buscar más botellas. más charla. el reloj daba vueltas y vueltas.
pronto oscureció. yo bebía solo, aún con mis raídos pantalones cortos. Jeannie
había ido al dormitorio y se había derrumbado en la cama. Eve se había
derrumbado en el sofá y Linda en otro sofá de cuero más pequeño que había en el
vestíbulo, delante del baño. yo seguía sin entender por qué me había dejado en
tierra aquel mexicano. me sentía desgraciado. entré en el dormitorio y me metí
en la cama con Jeannie. era una mujer grande, estaba desnuda. empecé a besarle
los pechos, chupándolos.
–eh,
¿qué haces?
–¿qué
hago? ¡cogerte!
le
metí el dedo en la vulva y lo moví arriba y abajo.
–¡voy
a cogerte!
–¡no!
¡Linda me mataría!
–¡nunca
lo sabrá!
la
monté y luego muy lenta lenta quedamente, para que los muelles no rechinaran,
pues no debía oírse el menor rumor, entré y salí y entré y salí siempre
despacio despacio y cuando me vine pensé que nunca pararía. uno de los mejores
polvos de mi vida. mientras me limpiaba con las sábanas, se me ocurrió este
pensamiento: quizás el hombre lleve siglos cogiendo mal.
luego
salí de allí, me senté en la oscuridad, bebí un poco más. no recuerdo cuánto
tiempo estuve allí sentado. bebí bastante. luego me acerqué a Eve. Eve la de la
ayuda a los desocupados. era una cosa gorda, un poco arrugada, pero tenía unos
labios muy atractivos, obscenos, feos, muy sensuales. empecé a besar aquella
boca terrible y bella. no protestó en absoluto, abrió las piernas y entré. se
portó como una cerdita, gruñendo y tirando pedos y sornando y retorciéndose. no
fue como con Jeannie, largo y emocionante, fue solo plaf plaf y fuera. salí de
allí. y antes de que pudiese llegar a mi sillón otra vez la oí roncar de nuevo.
sorprendente… cogía igual que respiraba… no le daba la menor importancia. cada
mujer chinga de un modo distinto, y eso es lo que mantiene al hombre en
movimiento. eso es lo que mantiene a un hombre atrapado.
me
senté y bebí algo más pensando en lo que me había hecho aquel sucio mexicano
hijo de puta. no merece la pena ser cortés. luego empecé a pensar en la ayuda a
los desocupados. ¿podrían acogerse a ella un hombre y una mujer que no
estuviesen casados? por supuesto que no. que se muriesen de hambre. y amor era
una especie de palabra sucia. pero eso era algo de lo que había entre Linda y
yo: amor. por eso pasábamos hambre juntos, bebíamos juntos, vivíamos juntos.
¿qué significaba matrimonio? matrimonio significaba un COGER santificado y un
COGER santificado siempre y finalmente, sin remisión, significa ABURRIMIENTO,
llega a ser un TRABAJO. pero eso era lo que el mundo quería: un pobre hijo de
puta, atrapado y desdichado, con un trabajo que hacer. bueno, mierda, me iré a
vivir al barrio chino y traspasaré a Linda a Big Eddie. Big Eddie era un
imbécil, pero al menos compraría a Linda algo de ropa y le metería filetes en
el estómago, que era más de lo que yo podía hacer.
terminé
la botella y decidí que necesitaba dormir un poco. di cuerda al despertador y
me acosté con Linda. se despertó y empezó a frotarse conmigo.
–oh
mierda, oh mierda –dijo–. ¡no sé qué me pasa!
–¿qué
hubo, nena? ¿estás mala? ¿quieres que llame al Hospital General?
–oh
no, mierda, solo estoy ¡CALIENTE! ¡CALIENTE! ¡MUY CALIENTE!
–¿qué?
–¡digo
que estoy muy caliente! ¡CÓGEME!
–Linda…
–¿qué?
¿qué?
–estoy
cansadísimo. llevo dos noches sin dormir. ese largo paseo hasta el mercado de
trabajo y luego la vuelta, treinta y dos manzanas, con aquel sol… es inútil. no
hay nada que hacer. estoy hecho migas.
–¡yo
te AYUDARÉ!
–¿qué
quieres decir?
se
arrastró por el sofá y empezó a chupármela. gruñí agotado.
–querida,
treinta y dos manzanas con aquel sol… estoy liquidado.
ella
siguió. tenía una lengua como papel de lija y sabía usarla.
–querida
–le dije– ¡soy una nulidad social! ¡no te merezco! ¡déjalo, por favor!
como
digo, ella sabía hacerlo. unas pueden; otras no. la mayoría solo conoce el
viejo chup chup. Linda empezó con el pene, lo dejó, pasó a las bolas, luego las
dejó, volvió otra vez al pene, fue subiendo en espiral, despertando un
maravilloso volumen de energía, Y DEJANDO SIEMPRE EL CAPULLO PROPIAMENTE DICHO
INTACTO. por último, yo me disparé y me lancé a decirle las diversas mentiras
sobre lo que haría por ella cuando consiguiese por fin enderezar el culo y
dejar de ser un vagabundo.
entonces
ella atacó el capullo, colocó la boca a un tercio de su longitud, hizo esa
pequeña presión con los dientes, el mordisquito de lobo y yo me vine OTRA VEZ…
lo cual significaba cuatro veces aquella noche. quedé completamente agotado.
Hay mujeres que saben más que la ciencia médica. cuando desperté estaban todas
levantadas y vestidas, y con buen aspecto. Linda, Jeannie e Eve. intentaron
destaparme, riendo.
–¡bueno,
Hank, vamos a divertirnos un poco! ¡y necesitamos un trago! ¡estaremos en el bar
de Tommi-Hi!
–¡vale,
vale, adiós!
salieron
las tres meneando el culo. todo el Género Humano estaba condenado para siempre.
cuando
ya iba a dormirme sonó el teléfono interior.
–¿sí?
–¿señor
Bukowski?
–¿sí?
–¡vi
a esas mujeres! ¡venían de su casa!
–¿y
cómo lo sabe? tiene usted ocho pisos y unas siete u ocho habitaciones por piso.
–conozco
a todos mis inquilinos, señor Bukowski. aquí no hay más que gente trabajadora y
respetable.
–¿sí?
–sí,
señor Bukowski, llevo regentando este lugar veinte años, y nunca jamás había
visto cosas como las que pasan en su casa. siempre hemos tenido aquí gente
respetable, señor Bukowski.
–sí,
son tan respetables que cada poco un hijo de puta se sube a la terraza y se
tira de cabeza a la calle y va a caer a la entrada entre esas plantas
artificiales que tienen ustedes allí.
–¡le
doy de plazo hasta el mediodía para irse, señor Bukowski!
–¿qué
hora es en este momento?
–las
ocho.
–gracias.
colgué..
busqué
un bicarbonato. lo bebí en un vaso sucio. luego busqué un poco de vino. corrí
las cortinas y miré el sol. era un mundo duro, no me decía nada, pero odiaba la
idea de volver otra vez al barrio chino. me gustan las habitaciones pequeñas,
sitios pequeños donde poder pelearse un poco. una mujer. un trago. pero nada de
trabajo diario. no podía soportarlo. no era lo bastante listo. pensé en tirarme
por la ventana pero no podía. me vestí y bajé a Tommi-Hi’s. las chicas reían al
fondo del bar con dos tipos. Marty, el encargado, me conocía. le hice una seña.
no hay dinero. me senté allí. apareció ante mí un whisky con agua y una nota.
“Reúnete conmigo en el
Hotel Cucaracha, habitación 12, a medianoche, la habitación será
para nosotros. Amor, Linda.”
bebí
el whisky, salí de allí, fui al Hotel Cucaracha a medianoche.
–no,
señor –me dijo el recepcionista–, no hay ninguna habitación 12 reservada a
nombre de Bukowski.
volví
a la una. había estado todo el día en el parque, toda la noche. allí sentado.
lo mismo.
–no
hay ninguna habitación 12 reservada para usted, señor.
–¿ninguna
habitación reservada para mí a ese nombre o a nombre de Linda Bryan?
comprobó
sus libros.
–nada,
señor.
–¿le
importa que mire en la habitación 12?
–no
hay nadie allí, señor. se lo aseguro.
–estoy
enamorado, amigo, lo siento. ¡déjeme echar un vistazo, por favor!
me
echó una de esas miradas que se reservan para los idiotas de cuarta categoría y
me dio la llave.
–si
tarda más de cinco minutos en volver, tendrá problemas.
abrí
la puerta, encendí las luces.
–¡Linda!
las
cucarachas, al ver la luz, volvieron todas corriendo a meterse debajo del
empapelado. había miles. cuando apagué la luz, las oí corretear saliendo otra
vez. el propio empapelado no parecía más que una gran piel de cucaracha.
volví
a bajar en ascensor.
–gracias
dije–, tenía usted razón. no hay nadie en la habitación 12.
por
primera vez, su voz pareció adoptar un vago tono amable.
–lo
siento, amigo.
–gracias
–dije.
salí
del hotel y giré a la izquierda, es decir hacia el Este, es decir, hacia el
barrio chino. mientras mis pies me arrastraban lentamente hacia allí, me
preguntaba, “¿por qué mienten las personas?” ahora ya no me lo pregunto, pero
aún recuerdo, y ahora, cuando mienten, casi lo sé mientras están mintiendo,
pero aún no soy tan sabio como el recepcionista del Hotel Cucaracha que sabía
que la mentira estaba en todas partes, o la gente que pasaba volando ante mi
ventana mientras yo bebía oporto en cálidas tardes de Los Ángeles frente al
parque McArthur, donde aún cazan, matan y devoran a los patos, y a la gente.
El
hotel aún sigue allí, y también la habitación en la que parábamos, y si algún
día te molestas en venir, te lo enseñaré. pero eso tiene poco sentido, ¿verdad?
digamos solo que una noche cogí a tres mujeres, o me cogieron ellas. y cerremos
con esto la historia.
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