Enrique Anderson Imbert
Guillermo
está en peligro mortal: lo han atado de pies y manos contra un árbol y una serpiente
cascabel va a clavarle los colmillos. De súbito se aparece Benito y se dispone a
salvarlo: para salvarlo, debe morir.
Guillermo, noblemente, dice:
–No puedo consentir semejante sacrificio.
–Como quieras –contesta Benito retrocediendo–.
A mí me da lo mismo. Después de todo, eres tú, no yo, quien está soñando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario