Slawomir Mrozek
El director de la filarmónica nos recibió
con amabilidad.
–¿En qué puedo servirles?
–preguntó.
–Nos debe cincuenta
mil.
–Es posible, pero no
acierto a saber por qué razón. ¿Podrían ustedes aclarármelo?
–En calidad de anticipo
–le aclaré.
–Tal vez, es una práctica
habitual. Pero anticipo, ¿a cuenta de qué?
–De nuestra actuación
en la filarmónica.
–Sí, eso ya tiene cierto
fundamento. Sin embargo, si no me falla la memoria, es la primera vez que nos vemos.
¿Acaso hemos firmado un contrato por correo?
–Aún no, pero podemos
firmarlo ahora mismo.
–Indudablemente. Pero
quisiera conocer a grandes rasgos su propuesta. ¿Ustedes forman un conjunto musical?
–De momento no, pero
lo formaremos.
–¿Y más o menos con
qué repertorio?
–Eso ya lo veremos cuando
aprendamos a tocar.
–¿A tocar?
–Sí, a tocar instrumentos
musicales, por supuesto.
La torpeza de ese individuo
comenzaba a enervarme.
–¿Quiere decir que aún
no saben?
–Aún o ya, ¿qué más
da? El futuro de todas formas nos pertenece. ¿No ve que somos jóvenes?
–¡Oh!, desde luego.
Sin embargo, ¿puedo sugerirles algo? Primero aprendan a tocar, después toquen un
poco y después nos vemos. El futuro sin duda les pertenece.
Y no nos dio el anticipo,
el muy facha. Salimos de allí perjudicados socialmente. En el muro había un cartel
que anunciaba la actuación de un tal Mozart.
–¿Quién es? –preguntó…
pero no me acuerdo cuál de nosotros, porque me falla la memoria, sobre todo antes
del mediodía.
–Seguramente un viejo.
Dejamos de pensar en
el arte y nos dedicamos a construir una bomba. Un día de estos la pondremos en la
filarmónica. La lucha por la justicia es lo primero.
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