Alfredo Armas Alfonzo
Nada nos conmovió tanto a los catorce años como la muerte de María, la niña
pura del libro de Jorge Isaacs. Este tomito, encuadernado en cuero rojo, con cantos
y tafiletes dorados había pertenecido a la biblioteca del abuelo Ricardo Alfonso,
y lo hallé en uno de sus baúles en la habitación frente al tanque. Solamente esas
paredes saben cómo lloré durante el proceso de enfermedad, muerte y entierro de
María.
Entonces cuando iba al cementerio de arriba a visitar
la tumba de Edda Eligia, la hermanita muerta, me parecía ver la misma siniestra
ave negra posada en el brazo de hierro de la cruz. Al yo acercarme, el pajarraco
levantaba el vuelo graznando lúgubremente.
Mi mayor felicidad entonces hubiera consistido en que
la tuberculosis acabara con la hija de Narciso Blanco, pero los Blanco eran tradicionalmente
una familia de gente sana.
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