lunes, 1 de enero de 2024

De lámparas y mochilas

Queta Navagómez

 

Miguelito abrió la mochila y sacó un extraño aparato.

¡Es una lámpara maravillosa! ¡Adentro hay un genio que concede lo que uno pide!, gritó frotándola.

El desconcierto y el asombro fueron generales, maestra y alumnos sólo atinaban a fijar los ojos en el enorme ser, todo de humo color violeta, tan parecido a los genios de que hablan los cuentos que leían cada viernes, y que se había formado sobre la lámpara.

¡Concédeme lo que estoy pensando!, ordenó Miguelito.

El genio se cruzó de brazos y analizó la petición:

Lo que pides es tonto, pero estoy condenado a obedecer los deseos de quien me haga salir de la lámpara, aclaró, justificándose.

¡Concédeme lo que estoy pensando!, insistió el niño.

El genio, fastidiado, extendió los brazos y dibujó círculos en todas direcciones. Luego señaló con ambas manos el pizarrón y, acto seguido, empezaron a desaparecer los pupitres, los compañeritos, la maestra, y el examen del que Miguelito desconocía todas las respuestas.

 

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