Marcial Fernández
Creí ganarles la partida, pero los secuestradores arruinaron mi
matrimonio. Desde el día del plagio fui paciente en la negociación. Recibí de
los criminales una oreja. Luego un dedo, el pie, la mano y poco a poco la
reconstruí. Cuando los delincuentes se percataron de su error, no quisieron
entregar la última pieza. Mi esposa, entonces, se volvió fría, distante, ajena
a cualquier sentimiento, una mujer sin corazón.
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