viernes, 21 de marzo de 2025

La Perla de Toledo

Prosper Merimée

 

¿Quién me dirá si el sol es más bello al alba que al ocaso? ¿Quién me dirá si el árbol más hermoso es el olivo o el almendro? ¿Quién me dirá si es más valiente el valenciano o el andaluz? ¿Quién me dirá cuál es la más hermosa de las mujeres?

Yo os diré cuál es la más bella de las mujeres: Aurora de Vargas, la Perla de Toledo.

El moro Tuzani ha pedido su lanza, ha pedido su adarga: mantiene la lanza en la mano derecha, de su cuello pende la adarga. Baja a las caballerizas y examina una tras otra, sus cuarenta yeguas. Y dice:

–Berja es la más vigorosa; traeré en su ancha grupa a la Perla de Toledo, o, ¡por Alá!, Córdoba nunca volverá a verme.

Parte, cabalga, llega a Toledo y encuentra a un anciano cerca del Zacatín.

–Anciano de barba blanca, lleva esta carta a don Gutierre, a don Gutierre de Saldaña. Si es hombre, vendrá a batirse conmigo junto a la fuente de Almami. La Perla de Toledo ha de pertenecer a uno de los dos.

El anciano ha tomado la carta, la ha tomado y la lleva al conde de Saldaña, que está jugando al ajedrez con la Perla de Toledo. El conde ha leído la carta, ha leído el desafío, y su mano ha golpeado la mesa con tanta fuerza que todas las piezas se han caído. Se levanta y pide su lanza y su buen caballo; y la Perla se ha levantado también, toda temblorosa, porque ha comprendido que él va a un duelo.

–Señor Gutierre, don Gutierre de Saldaña, quedaos, os lo suplico, y seguid jugando conmigo.

–No jugaré más al ajedrez; quiero jugar el juego de las lanzas en la fuente de Almami.

Y los sollozos de Aurora no logran detenerlo, pues nada detiene a un caballero que acude a un duelo.

Entonces, la Perla de Toledo ha tomado su manto y, montada en su mula, ha ido a la fuente de Almami.

Alrededor de la fuente la hierba es roja. El agua de la fuente es roja también; pero no es la sangre de un cristiano la que enrojece la hierba, la que enrojece el agua de la fuente. El moro Tuzani yace de espaldas; la lanza de don Gutierre se le ha quebrado en el pecho; toda su sangre se derrama lentamente. La yegua Berja lo mira llorando, porque no puede curar la herida de su dueño.

La Perla desciende de su mula:

–Caballero, tened valor; viviréis para desposaros con una bella mora; mi mano sabe curar las heridas que ocasiona mi caballero.

–¡Oh Perla tan blanca, oh Perla tan bella!, arranca de mi pecho este trozo de lanza que lo desgarra: el frío del acero me hiela y me deja transido.

Ella se ha aproximado sin desconfianza; pero él ha avivado sus fuerzas y de un golpe de su cimitarra corta, destruye aquel rostro tan bello.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario