Prosper Merimée
¿Quién me dirá si el sol es más
bello al alba que al ocaso? ¿Quién me dirá si el árbol más hermoso es el olivo o
el almendro? ¿Quién me dirá si es más valiente el valenciano o el andaluz? ¿Quién
me dirá cuál es la más hermosa de las mujeres?
Yo os diré cuál es la más bella
de las mujeres: Aurora de Vargas, la Perla de Toledo.
El moro Tuzani ha pedido su lanza,
ha pedido su adarga: mantiene la lanza en la mano derecha, de su cuello pende la
adarga. Baja a las caballerizas y examina una tras otra, sus cuarenta yeguas. Y
dice:
–Berja es la más vigorosa; traeré
en su ancha grupa a la Perla de Toledo, o, ¡por Alá!, Córdoba nunca volverá a verme.
Parte, cabalga, llega a Toledo y
encuentra a un anciano cerca del Zacatín.
–Anciano de barba blanca, lleva
esta carta a don Gutierre, a don Gutierre de Saldaña. Si es hombre, vendrá a batirse
conmigo junto a la fuente de Almami. La Perla de Toledo ha de pertenecer a uno de
los dos.
El anciano ha tomado la carta, la
ha tomado y la lleva al conde de Saldaña, que está jugando al ajedrez con la Perla
de Toledo. El conde ha leído la carta, ha leído el desafío, y su mano ha golpeado
la mesa con tanta fuerza que todas las piezas se han caído. Se levanta y pide su
lanza y su buen caballo; y la Perla se ha levantado también, toda temblorosa, porque
ha comprendido que él va a un duelo.
–Señor Gutierre, don Gutierre de
Saldaña, quedaos, os lo suplico, y seguid jugando conmigo.
–No jugaré más al ajedrez; quiero
jugar el juego de las lanzas en la fuente de Almami.
Y los sollozos de Aurora no logran
detenerlo, pues nada detiene a un caballero que acude a un duelo.
Entonces, la Perla de Toledo ha
tomado su manto y, montada en su mula, ha ido a la fuente de Almami.
Alrededor de la fuente la hierba
es roja. El agua de la fuente es roja también; pero no es la sangre de un cristiano
la que enrojece la hierba, la que enrojece el agua de la fuente. El moro Tuzani
yace de espaldas; la lanza de don Gutierre se le ha quebrado en el pecho; toda su
sangre se derrama lentamente. La yegua Berja lo mira llorando, porque no puede curar
la herida de su dueño.
La Perla desciende de su mula:
–Caballero, tened valor; viviréis
para desposaros con una bella mora; mi mano sabe curar las heridas que ocasiona
mi caballero.
–¡Oh Perla tan blanca, oh Perla
tan bella!, arranca de mi pecho este trozo de lanza que lo desgarra: el frío del
acero me hiela y me deja transido.
Ella se ha aproximado sin desconfianza;
pero él ha avivado sus fuerzas y de un golpe de su cimitarra corta, destruye aquel
rostro tan bello.
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