viernes, 1 de agosto de 2025

Los dos consolados

Voltaire

 

El gran filósofo Citófilo decía cierto día a una mujer afligida, y que tenía justo motivo para estarlo: “Señora, la reina de Inglaterra, hija del gran Enrique IV, fue tan desdichada como vos: la echaron de sus reinos; estuvo a punto de perecer en el Océano por las tempestades; vio morir a su real esposo en el cadalso”.

–Lo siento mucho por ella –dijo la dama; y se echó a llorar por sus propios infortunios.

–Pero acordaos de María Estuardo –dijo Citófilo–; amó con mucha honestidad a un valiente músico que tenía una hermosísima voz de bajo. El marido mató a su músico en su presencia; y luego, su mejor amiga y su pariente la reina Isabel, que se decía doncella, ordenó cortarle la cabeza en un cadalso tapizado de negro, después de haberla tenido dieciocho años en prisión.

–¡Qué crueldad! –respondió la dama; y volvió a sumirse en su melancolía.

–Quizá hayáis oído hablar –dijo el consolador–, de la hermosa Juana de Nápoles, que fue arrestada y estrangulada.

–Lo recuerdo confusamente –dijo la afligida.

–Tengo que contaros –añadió el otro–, la aventura de una soberana que fue destronada en mi época después de comer y que murió en una isla desierta.

–Conozco toda esa historia –respondió la dama.

–Pues entonces voy a contaros lo que le ocurrió a otra gran princesa a la que enseñé filosofía. Tenía un amante, como lo tienen todas las princesas grandes y hermosas. Su padre entró en su cuarto, y sorprendió al amante, que tenía el rostro totalmente encendido y los ojos brillantes como carbunclos; también la dama tenía la tez muy animada. El rostro del joven desagradó tanto al padre que le aplicó la bofetada más enorme que nunca se hubiera dado en su provincia. El amante cogió unas tenazas y le abrió la cabeza al suegro, que logró curarse a duras penas y que todavía lleva la cicatriz de aquella herida. La amante, enloquecida, saltó por la ventana y se dislocó un pie; de manera que en la actualidad cojea visiblemente, aunque por lo demás tenga una figura admirable. El amante fue condenado a muerte por haberle abierto la cabeza a un grandísimo príncipe. Podéis figuraros el estado en que se encontraba la princesa cuando llevaban a colgar a su amante. Cuando estaba en prisión, la vi muchas veces: nunca me hablaba más que de sus desdichas.

–Entonces, ¿por qué no queréis que piense yo en las mías? –le dijo la dama.

–Porque no hay que pensar en ellas –dijo el filósofo–, y porque, habiendo sido tan desventuradas damas tan altas, vos no tenéis derecho a desesperar. Pensad en Hécuba, pensad en Níobe.

–¡Ah! –respondió la dama–; si hubiera vivido en su tiempo, o en el de tantas bellas princesas, y si para consolarlas les hubierais contado mis desdichas, ¿pensáis que os hubieran escuchado?

Al día siguiente, el filósofo perdió a su único hijo, y por ello estuvo a punto de morir de dolor. La dama encargó una lista de todos los reyes que habían perdido a sus hijos y se la llevó al filósofo; éste la leyó y le pareció muy exacta, pero no por eso dejó de llorar. Tres meses después volvieron a verse y se asombraron de encontrarse llenos de un humor excelente. Mandaron erigir una bella estatua al Tiempo, con la siguiente inscripción: A AQUEL QUE CONSUELA

 (Tomado de Voltaire, Cuentos completos, Biblioteca digital Minerd)


Diálogo con Borges

Juan José Arreola

 

La última vez que nos encontramos Jorge Luis Borges y yo, estábamos muertos. Para distraernos, nos pusimos a hablar de la eternidad.

 

(Tomado de www.ciudadseva.com)