Carlos de Bella
–Abuelo, ¿dónde van los
escritores cuando mueren?
–Humm, déjame pensar. Cuando muere un escritor su
alma, o lo que queda de ella, va a las puertas del Olimpo de los escritores,
allí un grupo de colegas muertos hace tiempo analiza lo producido por sus
escritos y luego decide. Los que han hecho llorar, ellos irán a la orilla del
río de las lágrimas; los que han hecho reír, ellos irán a la cueva de las
carcajadas; los que han emocionado, ellos irán al monte de los corazones
agradecidos. Todos serán felices. Los que han descrito acciones puras y lugares
bellos serán ubicados mirando eternos atardeceres; aquellos otros que se
regodearon en los defectos de todo tipo así como en las situaciones más
abyectas, obtendrán un mirador exclusivo sobre el último círculo del infierno,
no pudiendo apartar la vista de allí. Ambos serán felices.
–¡Oh! ¿Y qué más?
–Le será impedida la entrada a todo aquel que no
haya producido en sus lectores ni lágrimas, ni risas y menos aun emociones;
aquel que no haya sido honrado con sus ideas, con sus ideologías, con sus
convicciones, vendiéndose por una edición o menos; además no sólo no entrarán
sino que se les quitara el título de escritor, a aquellos que hayan escrito sin
ocuparse de la gramática, la ortografía, la sintaxis, el estilo y todas otras
herramientas que hacen más agradable el leer.
–¿Y a estos cómo les llamarán?
–Ese es otro cuento, ahora duerme.
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