Slawomir Mrozek
Érase
una vez un río, y en cada una de las orillas de este río había un pueblo. Los dos
pueblos estaban unidos por un camino que pasaba por un puente.
Un buen día en el puente apareció un agujero.
El agujero debía arreglarse, en cuanto a esto la opinión pública de ambos pueblos
estaba de acuerdo. Sin embargo, surgió una disputa sobre quién debía hacer el arreglo.
Ya que cada uno de los pueblos se consideraba más importante que el otro. El pueblo
de la orilla derecha opinaba que el camino conducía sobre todo a él, por lo que
el pueblo de la orilla izquierda había de arreglar el agujero porque debía de estar
más interesado en ello. El pueblo de la orilla izquierda consideraba que era el
objetivo de cualquier viaje, de modo que el arreglo del puente debía de ser el interés
para el pueblo de la orilla derecha.
La disputa se prolongaba, así que el agujero
seguía allí. Y cuanto más tiempo pasaba, tanto más crecía la mutua antipatía entre
ambos pueblos.
Un buen día un mendigo local cayó al agujero
y se rompió una pierna. Los habitantes de ambos pueblos le preguntaron con insistencia
si iba de la orilla derecha a la izquierda, o bien de la izquierda a la derecha,
ya que de esto dependía cuál de los dos pueblos era responsable del accidente. Pero
él no se acordaba porque aquella noche iba borracho.
Algún tiempo más tarde pasó por el puente un
carro con un viajero, y cayó al agujero y se le rompió el eje. Puesto que el viajero
estaba de paso en ambos pueblos –no iba ni del primero al segundo, ni del segundo
al primero–, los habitantes de ambos pueblos se mostraron indiferentes con el accidente.
El viajero, hecho una furia, bajó del carruaje, preguntó por qué no se arreglaba
el agujero, y al enterarse de las razones dijo:
–Quiero comprar este agujero. ¿Quién es su
propietario?
Ambos pueblos reclamaron al unísono su derecho
al agujero.
–O el uno o el otro. La parte propietaria del
agujero tiene que demostrar que lo es.
–Pero ¿cómo? –preguntaron al unísono los representantes
de ambas comunidades.
–Es muy sencillo. Sólo el propietario del agujero
tiene derecho a arreglarlo. Lo compraré al que arregle el puente.
Los habitantes de ambos pueblos se pusieron
manos a la obra, mientras el viajero se fumaba un puro y su cochero cambiaba el
eje. Arreglaron el puente en un santiamén y se presentaron para cobrar por el agujero.
–¿Qué agujero? –se sorprendió el viajero–.
Yo no veo aquí ningún agujero. Hace tiempo que buscó un agujero para comprar, estoy
dispuesto a pagar por él un dineral, pero ustedes no tienen ningún agujero para
vender. ¿Me están tomando el pelo o qué?
Subió al carro y se alejó. Y los dos pueblos
hicieron las paces. Los habitantes de ambos están ahora al acecho en buena armonía
en el puente y, si aparece un viajero, lo detienen y lo zurran.
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