Miguel Delibes
Eso sí, Juanito Osuna es amigo de sus
amigos; créame, es un tipo estupendo. Le contaría de él y no acabaría. Juanito
Osuna se entera en París de que uno está en un aprieto en Madrid y se coge el
primer avión. Eso, fijo. Nada le digo en lo tocante a dinero. Ya de chico era
igual. Mi amistad con Juanito Osuna viene desde que éramos así. Es un caso de
voluntad este muchacho. ¿Qué? Sí, ahora andará por los cincuenta y uno. Es un
tipo estupendo, Juanito. Y habrá usted notado que es fuerte. De muchacho ya era
así. De un mamporro tumbaba al más guapo. ¡Qué manos! Son como mazas. Lo habrá
usted advertido. En el Colegio, el profesor de gimnasia se sentía disminuido.
Ejercicio que proponía, Juanito Osuna lo mejoraba. ¡Había que verle en las
salidas de paralelas! Ahora ha engordado un poco, pero sigue fuerte el
condenado. Se habrá usted fijado en las manos. Dan miedo. Eso sí, nunca las
empleó con ventaja. Juanito tiene un exacto sentido de la justicia. Pero por
encima de todo, incluso de la justicia, pone Juanito Osuna la amistad. Juanito
Osuna se entera en París de que está usted en un aprieto en Madrid y se agarra,
sin más, el primer avión. Yo con Juanito Osuna, qué le voy a decir, una amistad
fraternal. Anduvimos juntos desde que nacimos. Juanito Osuna es hijo de uno de
los más grandes terratenientes extremeños, don Donato Osuna. Ella era hija de
la Marquesa de Encina; un Osuna con una Castro-Bembibre; dos fortunas. Ella era
una mujer original, pero estaba completamente loca; le daba miedo dormirse; era
capaz de traer en jaque a toda la casa con tal de no acostarse. Así ha salido
Juanito.
Juanito Osuna lo
que quiera de generosidad y corrección, pero está completamente loco. Es una
pena que no se quede usted más tiempo; le conocería bien. Esto de hoy no ha
sido más que una muestra. Pero Juanito las gasta así. Cuando la guerra lo pasó
mal. Salvó la piel gracias al hijo de un criado a quien don Donato Osuna hizo
operar por su cuenta en la mejor clínica de Madrid. Créame, los Osuna nunca
miraron el dinero. Si usted saca una conversación en que se roce el dinero
delante de Juanito Osuna, le dirá que es una ordinariez. Pero en la guerra lo
pasó mal. Tuvo mala suerte, le requisaron los dos coches y él anduvo
movilizado. Mal. Pasó muchas privaciones. ¿Eh? Sí, creo que en Sanidad, pero de
soldado raso, no se vaya usted a pensar. Imagínese a un Osuna con el caqui, un
despropósito. Lo pasó mal; verdaderamente mal. Pero él es fuerte. Ya ve, a los
cincuenta y uno continúa haciendo gimnasia sueca todas las mañanas. Juanito
Osuna es un caso de voluntad. Y es fuerte. ¿Ha reparado usted en sus manos? La
escopeta entre ellas parece una estilográfica. Y tira bien, el condenado. No
voy a negar la evidencia. En Mérida yo le he visto, no es que hable por hablar,
que lo he visto yo, hacer treinta pichones sin cero a treinta metros. No creo
que esta marca la mejore Teba siquiera. Claro que un día es un día. Yo, en una
ocasión, sin homologación, hice treinta y dos. Esto no quiere decir nada.
Juanito Osuna es un gran tirador, pero el amor propio le perjudica. Desde
luego, Juanito es un tipo estupendo, pero está completamente loco. El mes
pasado asistió a veintidós cacerías, algunas distanciadas entre sí más de
doscientos kilómetros. ¿Cómo? Sí, naturalmente, un Mercedes de
aquí hasta allá. El Mercedes anda mucho. Pero de todos modos
veintidós batidas en treinta días es un disparate. Fallan los nervios, se
altera el pulso… Siento que no se quede usted más tiempo, le conocería bien.
Por otro lado, es como un muchacho. De que ve venir la barra de perdices, antes
de matar la primera, se pone temblón como un novato. En el tiro le pasa igual.
Luego coge el tranquillo y un pájaro detrás de otro… Tira bien, desde luego.
Ahora, eso de que sea la primera escopeta de la provincia… Pero, además, lo que
yo digo, esto de tirar mejor o peor, no tiene importancia. Lo importante, creo
yo, es salir al campo y tomar el aire. Bueno, pues a Juanito Osuna no le vaya
usted con ésas. Ya le vio hoy. Y le anticipo que Juanito es un amigo como no
habrá otro. A Juanito Osuna le dicen en París que usted anda en un aprieto en
Madrid y se agarra el primer avión aunque tenga que maniatar a la azafata. Es
un gran muchacho. Ahora, el amor propio le ciega. Ya le vio usted hoy. No
quiere enterarse de que a mí el matar o no matar me trae sin cuidado. Bueno,
pues habrá que oírle ahora en el Club. Julia, le digo a este señor que habrá
que oír a Juanito Osuna ahora en el Club. No quiera usted saber. Ya le oyó en
el bar. «¡Cuarenta y siete pájaros contra veintitrés, Paquito!» ¿Le oía usted?
Bueno. Bien. Otra vez será al revés. Y con más frecuencia de lo que él
quisiera: lo de hoy no es normal. Y no es que yo presuma de tirador, la verdad.
Ahora, modestia aparte, yo, en batida, mato todo lo que entre para matarse.
Pero no hago de esto una cuestión de amor propio. Yebes me elogió una vez en
el ABC. Bueno, no me han salido plumas por ello. A propósito
del artículo de Yebes, tenía usted que haber visto a Juanito Osuna cuando se lo
dieron a leer en una batida al día siguiente. Ji, ji, ji. Se puso loco. No
había quien le contuviera. Yo no lo tomaba en serio. A mí, el matar o no matar,
me trae sin cuidado, ya me conoce usted. Pero empezaron todos con el pitorreo y
él acabó por decirme que cada uno teníamos una escopeta en la mano y cuando
quisiera. Ji, ji, ji. ¡Buen muchacho Juanito! Lástima que esté completamente
loco. Usted le ha visto esta tarde. Julia, este señor te puede decir el plan de
Juanito esta tarde: «¡Cuarenta y siete pájaros contra veintitrés, Paquito!» A
voces por las calles. Y voy y le digo: «Estos días traerán otros», y él,
entonces, que el día que yo le echaba mano era por una perdiz o dos, mientras
que él hoy me había más que doblado la cifra. Ya ves, como si esto para mí
fuera una cuestión vital. ¡Con su pan se lo coma! A mí, la verdad, no me da
frío ni calor, pero me fastidia que se ponga en ese plan delante de los
batidores y toda la ralea. Para qué voy a darle más vueltas, Julia, como el día
de las pitorras. ¿Te acuerdas del día de las pitorras en la sierra? Pues el
mismo plan. Ahora, no se vaya usted a pensar que yo no estime a Juanito Osuna.
No hay en Extremadura un tipo mejor que él. ¿Eh? ¿Cómo? Sí, creo que ocho. ¿Son
ocho o nueve, Julia? Ocho, ocho tiene, tres varones y cinco muchachas. Eso. Y
con los chicos no quiera usted saber. A usted, ¿qué le decía? ¿Qué le decía,
eh? Que los picadillos con los muchachos eran fingidos, ¿verdad? Eso dice a
todo el que llega. Julia, ¿oyes? Que los picadillos con los muchachos son de
mentirijillas. Mire, yo he visto a Juanito Osuna, y de esto no hará más de dos
temporadas, ponerse temblón porque Jorgito le sacó dos piezas en la primera
batida. ¿Qué le parece? Jorgito es el mayor de la serie. Es un buen rapaz, pero
está completamente loco. Ahora anda metido en un estudio sobre la justicia o la
injusticia del latifundio. Ya ve usted qué le irá a él que el latifundio sea
justo o no lo sea. Es un tímido, eso le pasa. Eso sí, orgullo y amor propio
como su padre; si va a cazar es para ser el primero. Y usted ha visto cómo han
rodado hoy las cosas. Yo no creo que sea inmodesto si digo que he matado todo
lo que podía matarse. ¿Podría decir Juanito Osuna lo mismo? La primera batida
todavía. Ahí la perdiz, usted lo vio, entró repartida. Tiramos todos. Bueno,
pues Juanito se apuntó diez y yo nueve. Luego, ya lo vio usted. De punta,
volviendo el cerro, y cargando aire. Es un puesto de castigo, ése. Si no
disparo la escopeta, ¿cómo voy a matar? Eso no es posible. Pero no le vaya
usted con razones a Juanito Osuna. Usted le oyó esta tarde como un energúmeno:
«¡Cuarenta y siete pájaros contra veintitrés, Paquito!» A estas horas toda la
ciudad andará en lenguas. ¡Y todavía pretendía que fuera con él al Club! Tú
sabes, Julia, lo que es Juanito en el Club el día que cobra más que yo. Oye,
Julia, por favor, dile a este señor cómo se puso Juanito el día de las
pitorras. Créame, el día que mata se pone inaguantable. Y es el cochino amor
propio. Porque a mí, si acepto una batida, es por tomar el aire y aguantar en
forma. Matar o no matar es secundario. Si se mata, bien. Si no se mata,
también. Pero él… Habrá que oírle ahora. Me juego la cabeza a que toda la
ciudad está enterada a estas horas de que me ha doblado los pájaros. ¡Figúrese
qué tontería! Cincuenta y un años y es como un muchacho. Y en la tercera batida
ya lo vio usted. La del canchal, quiero decir. Bueno. Empecemos porque un
cancho pelado no es un puesto envidiable. O asomas y te ven o no asomas y no la
ves. Así y todo, usted lo presenció, derribé cinco. Pero perdices redondas como
hay que matarlas. Bueno, salgo con Carmelo y no tropezamos más que tres. Las
otras dos habían volado. Lo que pasa es que los secretarios de Pepe Vega, ya le
ha conocido usted, el otorrinolaringólogo, andaban más despabilados. La caza es
así.
Este Pepe Vega es
un médico estupendo, pero como cazador es un chambón. No creo que en ninguna
batida haya hecho más de diez. Y hoy va y me saca siete pájaros. ¿Vamos a decir
por eso que Pepito Vega las sujeta mejor que yo? Le digo a este señor de
Pepito, Julia. Pepito Vega es un buen muchacho, pero está completamente loco.
Si no tuviera usted tanta prisa le conocería a fondo. Y le advierto que Pepito
Vega, donde le ve usted con esa apariencia de truhán, es de una de las mejores
familias de por aquí. Veguita, padre, tenía título. ¿Qué título tenía el padre de
Pepito, Julia? No recuerdo ahora. Lo cierto es que este chico ha derrochado
en whisky tres dehesas de más de tres mil fanegas cada una;
bueno, pues Pepito Vega tiene ese récord. Y hablando de whisky, Juanito
Osuna tampoco se queda atrás. Es una esponja. Juanito bebe como un cosaco. Eso
sí, jamás le he visto dar un traspiés. Juanito Osuna tiene una naturaleza
envidiable. Es fuerte como un toro. .¿Ha reparado usted en sus manos? Son como
palas; pero tenga por seguro que nunca las empleó con ventaja. ¡Habrá que verle
ahora pavoneándose en el Club! Usted le oyó esta tarde, en el bar: «¡Cuarenta y
siete pájaros contra veintitrés, Paquito!» Yo no es que vaya a discutirle que
tire bien. Discutir eso sería tonto. Ahora, cuando Yebes dijo lo que dijo
en ABC tendría algún fundamento, creo yo. Yebes conoce el paño
y nunca habla a humo de pajas. Y Yebes estuvo precisamente en la batida de
Granadilla, con Teba y toda la pesca. Aquel día las cosas rodaron bien y quedé
a dos pájaros de Teba. Usted ha visto tirar a Teba, supongo. Julia, este señor
no vio tirar nunca a Teba. Es un espectáculo, créame. A uno le entra la barra y
se pone temblón. Teba, no. Teba sujeta dos pájaros por delante y dos por
detrás, como mínimo. Si le dijera que hay quien asiste a una batida con Teba y
no tira sólo por el placer de verle tirar a él. Bueno, pues Yebes asistió a la
batida de Granadilla y me sacó en el ABC. A Juanito Osuna le
mostraron el recorte en la cacería siguiente y le llevaban los demonios. Cómo
andarían las cosas, que terminó diciéndome que cada uno teníamos una escopeta
en la mano y cuando quisiera. Ji, ji, ji. Juanito es un gran muchacho, pero
está completamente loco. ¿No es cierto, Julia, que Juanito Osuna está
completamente loco? Ya le vio usted hoy. A voces por las calles. En cambio,
cuando yo quedo por delante, se amurria como si tuviera encima una desgracia.
¿Eh, cómo dice? ¿Cazando? Toda la vida. Juanito Osuna no hizo otra cosa en su
vida que pegar tiros. En la guerra lo pasó mal. Le requisaron los dos coches y
le movilizaron. ¿Cómo? Julia, ¿fue en Sanidad o en Intendencia donde anduvo
Juanito durante la guerra? Bueno, es igual. El caso es que lo movilizaron. Pasó
una mala temporada. Pero fuera de eso no ha hecho otra cosa que pegar tiros.
Ahora que recuerdo, Juanito tenía un tío general. Un tipo pintoresco. No era
mala persona, pero estaba completamente loco. Anduvo por la parte de Don
Benito. Contaban que dormía con las condecoraciones prendidas en la colcha. Un
tipo divertido… Sí, era un tipo divertido el general aquel. Yo no sé qué fue de
él. Seguramente murió. No me acuerdo ni de su nombre. A Juanito le ayudó mucho
aquella temporada. Todos, en realidad, han ayudado siempre a Juanito. Puede
decirse que es un muchacho mal criado. Todo el mundo, desde chico, a reírle las
gracias. De ahí, seguramente, su amor propio. Usted le vio esta tarde. Era como
para matarle o dejarle. ¡Y aún tenía la pretensión, el botarate, de que
fuésemos con él al Club! Es una pena que usted no se quede más tiempo. Llegaría
a conocerle. ¡Si le pudiéramos ver ahora por una rendija! ¿Eh, Julia? Digo que
si pudiéramos ver a Juanito Osuna por una rendija ahora, en el Club. Estará
imposible. Se habrá sacudido media docena de whiskys y sus
cuarenta y siete perdices se las habrá refrotado cuarenta y siete veces por la
nariz a la concurrencia. Y lo malo es que, detrás, irán las veintitrés mías.
Sus cuarenta y siete pájaros sin los veintitrés míos no tienen ningún valor
para él. Habrá que oírle. Y usted ha sido testigo. A mí, si me quitan la
primera batida, la cuarta y la sexta, prácticamente no he disparado la
escopeta. He matado lo matable; lo que entraba para matarse. Nada más. Y,
además, lo he matado como había que matarlo. ¿Reparó usted en la segunda batida
aquellas tres que le cayeron a Juanito alicortas? Eso no es matar. Matar es
hacer una bola con la perdiz. Perdiz que no suelta plumas en el aire no es
perdiz matada. La perdiz alicorta se ha encontrado un perdigón. Eso es todo.
Pero eso no es matar. Bueno, pues me juego la cabeza a que a Juanito le han cobrado
hoy sus secretarios más de una docena de piezas alicortas. ¿Qué te parece,
Julia? Más de una docena, alicortas. Así. Si se las restas le quedan treinta y
cinco.
Añade a las
veintitrés mías las dos del tercer ojeo, el del canchal, usted las recuerda, más
las siete u ocho que entre Pepito Vega y Floro Gilsanz me han quitado a
izquierda y derecha y las tres perdidas en las dos últimas batidas y me salen
treinta y seis, una más que Juanito Osuna. Esta es la realidad. Usted es
testigo. Parto de la base de que a mí matar más o menos no me importa. Yo salgo
al campo a respirar. Pero lo que es de justicia es de justicia y usted lo ha
visto. Es una lástima que no se quede más tiempo. Si se quedara podría asistir
a la revancha. Ya me gustaría que viera usted a Juanito Osuna en un día de
vacas flacas. Se encoge como un perro apaleado. Entonces es la mala suerte, o
que no ha tirado, o que la batida estaba mal organizada. Él siempre encuentra
disculpas. ¿Eh, Julia? Le digo de Juanito que cuando no mata, siempre hay una
razón. No se me olvidará nunca el día de las tórtolas en el Cornadillo. Ji, ji,
ji. Y ese día no podrá decir. Tiramos el mismo número de cartuchos. Bueno, pues
cincuenta por treinta y seis. Ahí no hay vuelta de hoja. Y es que la caza es
así. Que él mate hoy más que yo no quiere decir nada. Ya ve, Yebes en
Granadilla nos vio a él y a mí. Bueno, pues en el ABC sólo me
mentó a mí. Y no es que yo vaya a pensar que soy por eso mejor tirador que él.
No. La caza es eso. Y hoy yo y mañana tú. Prácticamente, yo no he tirado hoy en
tres batidas. De punta y cargando aire, no se puede pensar en matar. Usted lo
ha visto, y si le pone un promedio de ocho perdices por batida, pues ya estoy a
su altura. Y no hay más. O me quita usted de al lado a Pepito Vega y Floro Gilsanz,
que se apuntaban las mías, y son una pila de perdices más. Florito Gilsanz ya
sabe usted quién es, ese grueso de las alpargatas. Bueno, pues este muchacho no
pega ordinariamente un baúl y hoy, ya lo ha visto usted, veinte perdices. Casi
las mías. El bueno de Florito… Es pena que usted tenga que marchar mañana. De
Florito Gilsanz podríamos hablar toda una noche. Es un tipo. Tiene una dehesa,El
Chorlito, de la parte de la Sierra, que es la más bonita de
Extremadura. Me gustaría que asistiera usted a esa batida. Alfonso XIII corrió
los jabalíes una vez, allí, de noche. Eran unas cazatas aquellas como para
romperse la crisma. Pero le decía de Florito… Florito Gilsanz, metido en
juerga, es lo más salado que usted puede imaginar. Oye, Julia, Florito, digo. Para
que usted se dé cuenta, Florito, una vez caldeado, rompe los frascos del whisky y
se pasea descalzo sobre los cascotes como si tal cosa. Es como un faquir. Ni
sangra, ni se araña, ni nada. Este muchacho podría muy bien ganarse la vida en
el circo. Un buen tipo, Florito. Lástima que esté completamente loco. Es de los
que andan siempre con las pastillas y eso. El bueno de Florito Gilsanz. Bueno,
ya no sé adonde íbamos a parar. ¿Qué es lo que yo iba a decir, Julia? ¡Ah!
Bueno, eso, Florito Gilsanz es un excelente muchacho, como le digo, pero de
caza, cero. El va al campo a comer y a beber y a reír un rato con los amigos.
Lo demás le importa un rábano. Bueno, pues hoy, usted lo vio, veinte perdices.
Más o menos, las mías. ¿Qué quiere decir eso? Sencillamente que Florito tuvo el
santo de cara y yo le tuve de espaldas. Pero váyale usted a Juanito Osuna con
estas historias. «¡Cuarenta y siete perdices contra veintitrés, Paquito!» Usted
le oyó. Como un energúmeno. Oye, Julia, que no es que lo diga yo, pero me gustaría
que hubieras visto a Juanito, como un loco, a veces, por las calles. Eso mismo,
su histeria, le demuestra a usted que no está acostumbrado a esta ventaja. Lo
que siento es que se marche usted sin ver la otra cara de la luna. Me gustaría
que viese a Juanito Osuna en barrena. Pero, por otra parte, este pique no
conduce a nada. A mí me trae sin cuidado una perdiz más o una perdiz menos, ya
lo sabe usted. Pero él… Julia, ¿cómo es Juanito para esto de la caza? ¡Díselo,
anda! Y figúrese usted si hay cosas importantes en la vida. Bueno, pues no;
para Juanito Osuna, la caza lo primero. Y todo el día de Dios incordiando y
liando. La de hoy ha sido buena, pero me gustaría que le hubiera visto el día
de las pitorras, en la Sierra. ¡Dios del cielo! Y no se piense usted que con
hoy se acabe. Hasta la próxima batida tendremos murga. ¡Y no quiero decirle si
en la próxima tengo la suerte de hoy y Juanito vuelve a quedar por delante!
Espero que Dios no lo permita. Julia, le digo a este señor que qué sería de mí
si en la próxima batida vuelvo a tener el santo de espaldas. Eso sería
horrible. ¿Miraba usted a la niña? Sí, a la que pone la mesa, digo. Le parece
una mujer, ¿verdad? Pues catorce años. Aquí las muchachas son así. Es la hija
del pastor que anda en el chozo. Buena persona, pero un animal de bellota.
Anastasio, digo, Julia, ¿eh? Un tipo serio, previsor, pero le escarba usted un
poco… y loco de remate. ¿Qué dirá que hace con la lana de sus ovejas? ¿Eh,
Julia? La lana de sus ovejas, digo. ¡La guarda! ¿Y sabe usted para qué? Para
hacer el colchón de las muchachas el día que se casen. Esa, la niña, es la
mayor. ¡Hágase cargo! Las otras van detrás y tiene cuatro. Aquí la gente es
así. Julia se empeña en dialogar con ellos, pero es mejor dejarles. Y le
prevengo que Juanito Osuna si en vez de nacer donde ha nacido nace en otro
medio, hubiera sido lo mismo, como éstos. ¡Igual! Ya le ha visto usted hoy con
las perdices. Volvemos a Juanito, Julia. ¿Cenar? Cuando quieras. Vamos a cenar
si a usted no le importa. Estará usted cansado, claro. No estando acostumbrado,
el campo aplana. Pase, pase. Pues del bueno de Juanito Osuna le estaría
hablando una vida y no acabaría. Y amigo lo es de los de verdad, eso que
conste. A Juanito le dicen en París que uno anda en Madrid en un aprieto y se
agarra el primer avión aunque tenga que amenazar al piloto. ¿Eh, Julia?
Juanito, digo. Siente, siéntese. Juanito Osuna, defectos aparte, y todos
tenemos defectos, es un tipo estupendo; lástima que esté completamente loco.
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