Julio Torri
…Luna,
Tú nos das el ejemplo
De la actitud mejor…
Después de establecer un servicio de viajes
de ida y vuelta a la Luna, de aprovechar las excelencias de su clima para la curación
de los sanguíneos, y de publicar bajo el patronato de la Smithsonian Institution
la poesía popular de los lunáticos (Les Complaintes de Laforgue, tal vez)
los habitantes de la Tierra emprendieron la conquista del satélite, polo de las
más nobles y vagas displicencias.
La guerra fue breve.
Los lunáticos, seres los más suaves, no opusieron resistencia. Sin discusiones en
café, sin ediciones extraordinarias de El matiz imperceptible, se dejaron
gobernar de los terrestres. Los cuales, a fuer de vencedores, padecieron la ilusión
óptica de rigor –clásica en los tratados de Físico-Historia– y se pusieron a imitar
las modas y usanzas de los vencidos. Por Francia comenzó tal imitación, como adivinaréis.
Todo el mundo se dio
a las elegancias opacas y silenciosas. Los tísicos eran muy solicitados en sociedad,
y los moribundos decían frases excelentes. Hasta las señoras conversaban intrincadamente,
y los reglamentos de policía y buen gobierno estaban escritos en estilo tan elaborado
y sutil que eran incomprensibles de todo punto aun para los delincuentes más ilustrados.
Los literatos vivían
en la séptima esfera de la insinuación vaga, de la imagen torturada. Anunciaron
los críticos el retorno a Mallarmé, pero pronto salieron de su error. Pronto se
dejó también de escribir porque la literatura no había sido sino una imperfección
terrestre anterior a la conquista de la Luna.
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