Par Lagerkvist
Una
noche paseaba las calles con mi amada, cuando al pasar ante una casa de lúgubre
aspecto, abrióse repentinamente la puerta y un cupido dio un paso fuera de las sombras.
Mas no era un cupido común –frágil, delicado y artístico–, sino un hombrazo pesado
y fornido, con todo el cuerpo cubierto de pelos, que más parecía un guerrero bárbaro
apuntándome con su rústico arco. Me disparó una flecha que me alcanzó en el pecho.
Retiró después la pierna y cerró tras de sí la puerta de aquella casa semejante
a un castillo hosco y sombrío. Yo caí, pero mi amada continuó su paseo. Pienso que
no advirtió mi caída, pues de lo contrario se hubiera inclinado sobre mi cuerpo
y habría tratado de socorrerme. Mas como siguió, sin detenerse, comprendí que no
se había dado cuenta de mi caída. Mi sangre corrió tras ella, durante un rato, como
un arroyuelo, hasta que se detuvo cuando ya no pudo alcanzarla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario