Pío Baroja
Perdonad que os hable de
mí mismo. Hace días me sucedió una cosa extraña. Estaba después de comer en mi cuarto,
cuando me llamaron desde el gabinete en donde se encontraban mi madre, mi hermana,
mi hermano y dos amigos, uno estudiante de medicina y el otro teniente de ingenieros,
los cuales responderían de la veracidad del hecho que voy a referir.
–Vamos
a ver –me preguntó al entrar mi hermano de repente–. ¿A ti de qué color se te representa
la letra A?
–¿Cómo
de qué color?
–Sí;
¿qué color te viene a la imaginación cuando se pronuncia A?
–Pues
así… una cosa clara… algo blanco.
–¿Y
la E?
–Amarillo.
–¿Y
la I?
–Rojo.
Cuando
dije esto, y lo dije no sé por qué con verdadera seguridad, se miraron unos a otros
con asombro.
–¿Y
la U? –Siguió preguntando mi hermano.
–Azul…
o violeta.
–¿Y
la O?
–Pardo…
Oscuro… Una cosa así.
–Pues
los tres hermanos habéis asignado a cuatro vocales los mismos colores –dijo el estudiante
asombrado. En la O tú has contestado pardo, tu hermana negro y tu hermano aceitunado.
¿Será una coincidencia casual?
–Una
sola no –replicó mi hermano. Descartando la O, en que nos hemos aproximado en el
tono, hemos coincidido exactamente en cuatro letras; y admitiendo que sólo podíamos
elegir entre los siete colores del espectro, más el negro y el blanco, teníamos
nueve colores para cada letra; en cuatro letras, 36. Escoger los tres la misma combinación
entre 36 posibles, supone algo más que una casualidad.
La
relación entre la vocal y el color, ¿existe? ¿Es para todos la misma?
El
asunto no es nuevo; pero no por eso es menos desconocido.
¿No
podrían nuestros escritores y nuestros fisiólogos decirnos algo de lo que saben
y de lo que piensan acerca de esto?
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