Adrián Ramos Alba
El
siguiente en caer dentro de la zanja fue su hermano mayor. Ambos habían estado
cenando con el resto de la familia hacía un rato, recordando trastadas de la
niñez, y ahora gritaban al unísono con todas sus fuerzas mientras se dejaban
las uñas escalando sin éxito la tierra húmeda, removida.
Un ruido les hizo girarse de golpe y descubrieron
con horror a Coco, el caniche enano de su hermana. Lo habían lanzado dentro y
el animal parecía malherido, temblaba de dolor.
Esto ya era demasiado. De acuerdo que era una broma
original colocar un montón de hojas secas ocultando una zanja en mitad del
jardín el Día de los Inocentes, pero el perro gemía inconsolable. Tenían que
sacarlo de allí.
Estuvieron voceando durante horas, insultaron a
toda la familia, uno por uno, acusándoles de tan macabra idea. Cuando nombraban
a su hermana, y haciendo honor al rey de Roma, apareció al borde del agujero la
menuda silueta de la pequeña de la familia.
Extendieron los brazos, atropellándose por ver
quién era el primero en salir mientras ella estiraba su cuerpo todo lo que
podía, y cuando ya casi rozaba las manos de sus hermanos alguien le propinó un
puntapié en el trasero y fue a caer de cabeza al fondo del pozo.
Sus
hermanos la asaltaron a preguntas mientras la zarandeaban, pero ella, incapaz
de hablar, se deshacía en lágrimas abrazada a su maltrecha mascota.
Empezó a caer tierra sobre sus cabezas y la
oscuridad se fue consolidando.
Su madre los enterró a todos.
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