Patricia Highsmith
Era un poco peluda, le faltaba un incisivo, pero su atractivo sexual era
perceptible a una distancia de doscientos metros o más, como un olor; quizás fuese
eso. Toda ella era redonda: su vientre, sus hombros, sus caderas eran redondas,
y siempre estaba sonriente, siempre alegre. Por eso gustaba a los hombres. Siempre
tenía algo cociendo en una olla sobre el fuego. Era mansa y nunca se enfadaba. Le
habían dado tantos garrotazos en la cabeza que su cerebro estaba confuso. No hacía
falta golpear a Oona para poseerla, pero esa era la costumbre, y Oona apenas se
molestaba en esquivar el cuerpo para protegerse.
Oona estaba permanentemente preñada y nunca había experimentado
el comienzo de la pubertad, ya que su padre se había aprovechado de ella desde que
tenía cinco años, y después de él, sus hermanos. Su primer hijo nació cuando ella
tenía siete años. Aun en avanzado estado de gestación abusaban de ella, y los hombres
esperaban impacientes la media hora o así que tardaba en parir, para lanzarse de
nuevo sobre ella.
Curiosamente, Oona mantenía más o menos constante el
índice de natalidad de la tribu; en todo caso, la población tendía a disminuir,
ya que los hombres desatendían a sus mujeres porque estaban pensando en ella o,
a veces, morían al pelear por ella.
Finalmente, Oona fue asesinada por una mujer celosa,
a quien su marido no había tocado desde hacía muchos meses. Este hombre fue el primero
que se enamoró. Se llamaba Vipo. Sus amigos se habían reído de él por no tomar a
otras mujeres, o a la suya propia, en los momentos en que Oona no estaba disponible.
Vipo había perdido un ojo luchando con sus rivales. Era un hombre solo de mediana
estatura. Siempre le había llevado a Oona las piezas más selectas que cazaba. Trabajó
mucho para hacer un adorno de pedernal, convirtiéndose así en el primer artista
de su tribu. Todos los demás utilizaban el pedernal solamente para hacer puntas
de flecha y cuchillos. Le había dado el adorno a Oona para que se lo colgara al
cuello con una cinta de cuero.
Cuando la mujer de Vipo mató a Oona por celos, Vipo
mató a su mujer impulsado por el odio y la ira. Luego cantó una canción que sonaba
fuerte y trágica. Siguió cantando como un loco, mientras las lágrimas corrían por
sus barbudas mejillas. La tribu pensó en matarlo, porque estaba loco y era diferente
a todos, y le temían. Vipo dibujó figuras de Oona en la arena húmeda de la orilla
del mar; luego, imágenes de ella sobre las rocas lisas de las montañas cercanas,
imágenes que se veían desde lejos. Hizo una estatua de Oona en madera; después,
una en piedra. Algunas veces dormía con ellas. Con las torpes sílabas de su lenguaje
formó una frase que evocaba a Oona siempre que la pronunciaba. No era el único que
aprendió y pronunció esa frase, ni el único que había conocido a Oona.
Vipo fue asesinado por una mujer celosa cuyo hombre
no la había tocado desde hacía meses. Su hombre le había comprado a Vipo una estatua
de Oona por un precio muy elevado: una enorme pieza de cuero hecho con varios pellejos
de bisonte. Vipo se hizo con ella una hermosa casa impermeable, y aún le sobró suficiente
para vestirse. Inventó unas frases acerca de Oona. Algunos hombres lo habían admirado,
otros lo habían odiado, y las mujeres lo odiaban todas, porque las miraba como si
no las viese. Muchos hombres se entristecieron por la muerte de Vipo.
Pero, en general, la gente se sintió aliviada cuando
Vipo desapareció. Había sido un hombre extraño, que perturbaba el sueño de algunas
personas por las noches.
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