Julio Torri
Y estando a-
Y estando amarrando un gallo
Se me re-
Se me reventó el cordón.
Yo no sé
Si será mi muerte un rayo…
Los mecheros iluminan con su
luz roja y vacilante rimeros de frutas, y a contraluz proyectan negras las siluetas
de los vendedores y transeúntes.
–¡Pasen al ruido
de uñas, son centavos de cacahuates!
–¡El setenta
y siete, los dos jorobados!
–¡Las naranjas
de Jacona, linda, son medios!
Periquillo y
Januario están en un círculo de mirones, en el cuartel se despluma a un incauto.
–¡Don Ferruco
en la Alameda!
–¡Niña, guayabate
legítimo de Morelia!
–¡Por cinco
centavos entren a ver a la mujer que se volvió sirena por no guardar el Viernes
Santo!
Dos criadas
conversan:
–En México no
saben hacer procesiones. Me voy pues a pasar la Semana Santa a Huehuetoca…
Una muchacha
a un lépero que la pellizca:
–¡No soy diversión
de nadie, roto tal!
–¡El que le
cantó a san Pedro!
–¡El sabroso
de las bodas!
–¡El coco de
las mujeres!
–¡Pasen al panorama,
señoritas, a conocer la gran ciudad del Cairo!
Una india a
otra con quien pasea:
–Yo sabía leer,
pero con la Revolución se me ha olvidado.
En la plaza
de gallos les humedecen la garganta a las cantadoras; y los de Guanaceví se aprestan
a jugar contra San Juan de los Lagos.
En mitad del
bullicio –¡oh tibia noche mexicana en azul profundo de esmalte!–, acompañado de
tosco guitarrón, sigue cantando el ciego, con su voz aguda y lastimera:
O me ma-
O me matará un cabrón
Desos que an-
Desos que andan a caballo
Validós
Validos de la ocasión.
Y ha de ser pos cuándo no.
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