Marcial Fernández
Mientras
se fumaba un cigarrillo, Ernesto Gómez imaginaba ganar el próximo Maratón de la
Ciudad de México. Pensó en qué gastar el dinero del premio, en lo reconfortante
de su futura fama, en el auto deportivo que le obsequiaría la empresa
patrocinadora de la carrera, en la mujer guapa y de carnes firmes que se le
acercaría con admiración, y, satisfecho, encendió otro cigarrillo –con la
colilla de su anterior– y siguió imaginando. Los iniciales cinco kilómetros los
trotaría dentro del gran bloque de atletas. A partir del sexto, se colocaría
entre los primeros lugares. En el kilómetro diez, sería el puntero de la
competencia. Del doce al veinte, bajaría dos posiciones. Al pasar el treinta y
cinco, recuperaría una. En el cuarenta, la otra. Para el resto del recorrido,
empezaría a oír los aplausos del público. Y así, paladeando el humo de su
quinto cigarrillo y acomodándose en su silla de ruedas, Ernesto Gómez fue el
ganador del maratón.
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