Juan José Arreola
Hoy proclamé la
independencia de mis actos. A la ceremonia sólo concurrieron algunos deseos
insatisfechos, dos o tres actitudes desmedradas. Un propósito grandioso que
había ofrecido venir envió a última hora su excusa humilde. Todo transcurrió en
un silencio pavoroso.
Creo
que el error consistió en la ruidosa proclama: trompetas y campanas, cohetes y
tambores. Y para terminar, unos ingeniosos juegos de moral pirotécnica que se
quedaron a medio arder.
Al
final me hallé a solas conmigo mismo. Despojado de todos los atributos de
caudillo, la medianoche me encontró cumpliendo un oficio de mera escribanía.
Con los últimos restos del heroísmo emprendí la penosa tarea de redactar los
artículos de una dilatada constitución que presentaré mañana a la asamblea
general. El trabajo me ha divertido un poco, alejando de mi espíritu la triste
impresión del fracaso.
Leves
e insidiosos pensamientos de rebeldía vuelan como mariposas nocturnas en torno
de la lámpara, mientras sobre los escombros de mi prosa jurídica pasa de vez en
cuando un tenue soplo de marsellesa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario