martes, 6 de mayo de 2025

La casa vacía

Milia Gayoso Manzur

 

Eloísa se despertó a las tres. Cuando sacó el brazo de entre las mantas sintió un frío intenso que la obligó a taparse nuevamente hasta la cabeza, remoloneó un ratito sobre la almohada, pero haciendo un esfuerzo se levantó de golpe sin pensarlo, porque de lo contrario se le iba a hacer muy tarde. Se colocó un sacón viejo sobre el camisón y fue directo a la cocina, puso agua para el cocido y acomodó tres tazas sobre el mantel raído de la pequeña mesa.

Mientras hervía el agua fue al baño a asearse y a ponerse la ropa para salir. Una vez que estuvo preparada fue a controlar el agua que aún no hervía, entonces entró despacio a la piecita donde dormían sus dos hijos, les tapó mejor y arregló sobre una silla los guardapolvos blancos y los abrigos de ambos, colocó las bufandas y los saquitos al lado de las carteras para que los niños no se olvidaran de ponérselos antes de ir a la escuela.

Fue a la cocina a preparar el cocido. Mientras lo cargaba en el termo tomó una taza, parada, porque se le hacía tarde. Puso la bolsa de galleta en medio de la mesa junto al termo y las tazas, revisó la heladera para asegurarse de que quedara carne para la comida. Tapó a su compañero y tomando sus bolsones y su monedero se enfrentó al viento helado del amanecer.

Llegó al mercado cuando sus compañeras se estaban instalando en sus puestos, ocupó su lugar y comenzó a sacar una a una sus mercaderías; las medias finas de mujer y las de hombre, las blancas para la escuela, los bikinis, los guantes de lana, las bufandas suaves. Mientras hacía todo eso, las manos se le helaban por efecto del viento y pensaba en Lorenzo que dormía tranquilo mientras ella se deslomaba trabajando en el mercado y luego en la casa al volver por la noche. Pensó en Lorenzo que siempre tenía una excusa para salir de cada trabajo que conseguía y chuparse en caña el dinero que ella solía dejar para que se prepare la comida. Muchas veces volvía a la casa y la nena le decía que no merendaron porque se acabó el azúcar o la galleta y no había plata en la cajita donde ella solía dejar para los gastos del día.

La vendedora de pulóveres y toallas le ofreció mate y le contó que los precios en Clorinda habían subido, con respecto al jueves pasado en que fue a traer mercaderías. Eloísa la escuchaba pero tampoco dejaba de pensar en su familia y en sus cuentas; en tres días más vencía la cuota del televisor, el gas estaba por acabarse, Joelito no tenía zapatos para la escuela y Marta necesitaba un pulóver nuevo para salir y ella misma necesitaba… de todo.

Pensó en Lorenzo que por la noche le había pedido treinta mil guaraníes para pagar una deuda de juego, prometiendo que iba a conseguir trabajo esa misma semana y que le iba a devolver, y hasta se puso exageradamente cariñoso para que ella cediera. Eloísa le dijo que no tenía plata, pero que si vendía bien se lo iba a dar al día siguiente.

A eso de las nueve de la mañana llovió. Las vendedoras aguantaron el agua como pudieron y el frío se hizo más sensible aún. A la hora de la comida Eloísa pensó en los niños, y deseó que Lorenzo haya salido realmente a buscar trabajo. A las ocho de la noche volvió a su casa, cansada y desilusionada por lo poco que había vendido.

Cuando abrió la puerta se encontró con los niños llorando. Joel tenía la cara lastimada y Marta trataba de curarlo con un trapo mojado en alcohol. Antes de preguntar lo ocurrido, fijó los ojos en la habitación, todo estaba vacío. Faltaban los muebles, la heladera, la…

“Lorenzo llevó todo lo que había”, le dijo Martita, “y como Joel le quiso impedir que vaciara la casa, le dio una buena paliza”, le explicó. Eloísa miró en la habitación y encontró sus ropas tiradas por el suelo, porque hasta el pequeño ropero había llevado.

 

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