Iván Teruel
La
perra se caga en el pasillo de abajo. Mi mujer grita desquiciada. Y el niño
hace rato que berrea. Yo empiezo a sentir un picor agudo en el ojo izquierdo.
Baja hijo de puta, baja o coge a tu hijo. El picor se intensifica. Te juro que
subo a por el niño y me largo. Me rasco con insistencia. Te vas a quedar ahí
pudriéndote con tus historias. El picor se expande. Oigo portazos y voces como
en letanía. Comienzo a hurgar con ímpetu. Imagino mi mano como la pala de una
excavadora. Las voces vuelven. Me arranco el ojo. El picor no desaparece.
Percibo unos pasos subiendo las escaleras. Meto el índice y el anular en mi
nueva oquedad. El niño parece que ya no llora. Tanteo con las yemas pero no sé
qué busco. Los pasos ahora bajan las escaleras. El picor es terco. Una puerta
se abre. Palpo una orografía de recovecos húmedos. La misma puerta se cierra.
Llego a una región blanda y viscosa. Un motor arranca. Toco una pequeña
protuberancia. El picor desaparece. Y por fin irrumpe el silencio. Creo que
descubro algo maravilloso.
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