Adolfo Bioy Casares
–Cuente
–dijo.
–No sé muy
bien cómo empieza ni dónde estamos. Cuando Virginia pregunta: “¿Recuerdas lo
que prometiste?”, me falta valor para anunciarle, una vez más, que la semana
siguiente almorzaremos juntos, pero que hoy me esperan mis padres. Para
sobreponerme a una inopinada congoja, como si quisiera marearme con palabras,
me largo a hablar. Probablemente por asociación de ideas hablo del restaurante
que el invierno pasado un cocinero francés inauguró en una vieja quinta –¿de
San Isidro? ¿de San Fernando?– llamado Fierre. ¿O Pierre queda realmente en el
barrio sur? Tras algún tartamudeo soslayo el nombre y la dirección –mis olvidos
podrían sugerir que por darme importancia elogio un restaurante que apenas
conozco– y para demostrar que no soy un botarate emprendo la detallada
descripción de manjares que allí sirven; descripción a la que tal vez un hombre
de paladar simple, como yo, no tenga derecho. De modo que por cobardía o por
abulia no invento una excusa y por jactancia doy a entender que acepto el
compromiso. Estoy acongojado, supongo, porque obro en contra de mi voluntad.
Como no hago
nada por librarme de Virginia, debo encontrar el modo de avisar a mis padres
que no almorzaré con ellos. Para peor, mi madre ya me espera en el Rosedal. La
imagino sentada en un banco, sonriente y animosa, como está en una desvaída
fotografía que hace tiempo le sacaron en esos mismos jardines y que ahora me
parece patética.
Por el
corredor de la casa de campo llego al viejo escritorio, de revoque
descascarado. Con alguna dificultad despierto a mi padre que descansa,
extrañamente encogido en el diván. “No dormí bien anoche”, dice, para
disculparse. Está muy contento de verme. En seguida le digo: “No voy a almorzar
con ustedes”. Mi padre tarda en entender, porque no despertó del todo, y yo me
apresuro a pedirle: “Avisale a mamá”. Quiero irme antes de que se despabile,
porque todavía está contento y sé que muy pronto él también va a entristecerse.
Inflijo ese
dolor y me lo inflijo para no defraudar a una mujer para quien la salida
conmigo vale (¿cómo decirlo sin mezquindad?) exactamente un almuerzo.
Me dio su
interpretación:
–Lo que
sucede es que ahora no quiere verlos.
–Fuimos tan
amigos –le dije.
Me faltó
ánimo para explicar.
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