Bram Stoker
Las ruedas con neumáticos de goma traqueteaban desigualmente sobre los adoquines
de granito. Reconocí vagamente las familiares calles grises y las plazas con jardines
en el centro. Nos detenemos, y a través de la pequeña multitud en el pavimento soy
trasladado adentro y arriba del pabellón de altos techos. Suavemente me levantan
de la camilla y me ponen en la cama, y yo digo: “¡Que cortinas tan extrañas tiene
usted! Tienen rostros labrados en el borde. ¿Son ellos sus amigos?”
El ama de llaves sonríe, y pienso que es una idea extraña.
Entonces súbitamente se me ocurre que he dicho algo tonto, pero los rostros están
todavía ahí. (Aun cuando me recuperé podía verlos bajo ciertas luces). Uno de los
rostros me es familiar, y estoy justamente por preguntar cómo conocen al Fulano,
cuando me dejan solo. Durante horas y horas (me parece) nadie se me acerca. Al principio
soy paciente, pero gradualmente una furia feroz se apodera de mí. ¿Acaso me he sometido
a ser trasladado aquí sólo para morir en soledad y sofocante oscuridad? ¡No voy
a permanecer en este lugar; mucho mejor sería volver y morir en casa! Súbitamente
soy llevado hacia arriba en una máquina alada, dentro del aire fresco. Lejos allá
abajo e infinitesimalmente yace el “Nuevo Pueblo”, escondido a medias entre el humo
brumoso; allá a lo lejos, claro y azul y centelleante, está el Fiordo de Forth:
y más allá de la luz del sol las colinas de Fife son la vanguardia de los Grampianos.
Sólo un momento de puro éxtasis palpitante, luego el alma se hace añicos cayendo
dentro del negro abismo del olvido (sostengo que el señor H. G. Wells fue parcialmente
responsable de esta pequeña excursión).
Está luminoso nuevamente, pero ¿qué es lo que me impide
ver la ventana? ¿Una mampara? ¿Qué significa eso? Una negrura de desesperación me
aprisiona. ¡Todo ha terminado, entonces! No más alpinismo, no más vacaciones placenteras.
Esto es el final de todas mis pequeñas ambiciones. Esto es, en verdad, la amargura
de la muerte. Inmediatamente una enfermera se me acerca con una bebida fresca, y,
haciendo un tremendo esfuerzo para parecer concentrado, le pido que saque la mampara.
Se ríe y la pliega, cuando veo otra mampara opuesta ocultando parcialmente una cama.
Entonces tengo compañía. (Esto fue un intervalo comparativamente lúcido.) ¡Qué extraño
lugar para tener textos! Inmediatamente a la vuelta de la cornisa de la habitación.
Y están constantemente cambiando también. “El Señor es mi Pastor” “Yo me levantaré”.
Realmente esto es lo más irritante. No puedo terminar ninguno de ellos. ¡Si sólo
las letras estuvieran quietas un momento!
¿Pero qué es aquello de abajo? Es una ancha playa arenosa
con el mar azul más allá. En el tope de un mástil en el frente hay una… ¿qué es
eso? Sí, la cabeza de un hombre, por supuesto. (Era en realidad una bombilla eléctrica
colgando la que de alguna curiosa manera había visto en posición invertida.)
–Hermana, estoy seguro de que podría trabajar en alguna
espléndida historia. Por favor deme algo de papel y mi pluma fuente. Si no lo escribo
ahora lo voy a olvidar.
(De hecho, cuando estaba convaleciente quise escribir
no sólo esta historia en particular, sino una narración completa de mis visiones.
Por supuesto no se me permitió hacerlo, ¡y ahora, qué pena! Ha ido a reunirse en
la gran compañía de las ideas magníficas pero aparentes que uno tiene en sueños).
–Honestamente, Hermana, debo salir unos momentos. El
hombre está en gran peligro, y sólo yo puedo salvarlo. Hay un complot desesperado
contra su vida. Vive bastante cerca en una de las dos casas a cada lado de esta.
La Hermana prometió fijarse en ello, y yo me recosté
satisfecho sólo a medias. Inmediatamente mi cama comienza a moverse ruidosamente.
Pasa a través de la pared dentro de la siguiente casa. Habitación tras habitación
es visitada, pero mi condenado amigo no está allí. Las otras casas son inspeccionadas
una por una, sin resultado. Tengo la sensación de que está siendo secuestrado justo
enfrente de mí para estar siempre en la próxima casa. La Hermana está detrás de
todo este truco, estoy seguro. (Aquí comienza aquel absurdo rencor y sospecha sobre
ella, el que me deja solo con mi delirio.)
–¡Oh, doctor, qué contento estoy de verlo! Realmente
en un país libre es intolerable que no se me conceda un simple pedido como este,
y también salvar la vida de un hombre. Puede ver por usted mismo que soy bastante
sensato y lo digo en serio. Pruébeme.
El doctor pregunta qué día de la semana es. Yo respondo,
a la manera escocesa:
–¡Oh, eso es fácil! Si yo soy el hombre que vino aquí
el lunes, entonces es miércoles, pero si vine el jueves, entonces es sábado. Si
usted me dice qué hombre soy, yo le diré qué día es hoy.
Superado por esta lógica, el doctor se da por vencido,
pero sugiere un compromiso, el cual acepto. Consiste en que las cuatro casas vecinas
sean traídas y ubicadas delante de mi cama, para que yo pueda asegurarme de ver
y advertir a mi amigo en problemas.
–No, yo no tomaré whisky. Seguramente usted sabe perfectamente
bien que soy musulmán y tengo prohibido beber alcohol. Usted no puede pedirme que
viole los principios de mi religión
La Hermana me asegura que la bebida no es whisky, y
acerca el vaso a mis labios.
Lo arrojo con horror al piso.
–Demonio en forma humana, que me tientas a la destrucción.
Vete y déjame morir en la fe verdadera.
(Por supuesto no era whisky, sino algo de una naturaleza
absolutamente opuesta. Semanas después, recordando el incidente, recordé haber leído
casualmente una página o dos de una novela en la cual un mahometano es tentado a
beber vino. No me causó ninguna impresión en ese momento, pero debe haber quedado
registrado en algún lado).
Inmediatamente la Hermana vuelve con otras tres enfermeras
y una provisión fresca de la sustancia maldita. Tratan por todos los medios, desde
el argumento, en el cual son vencidas de manera contundente, a la persuasión y fuerza
moderada. Súbitamente resuelvo volar, y alcanzo en realidad la puerta de la habitación
antes de ser sometido y devuelto a la cama. Luego se me pide que ponga mi dedo en
la dosis y compruebe por mí mismo que no es whisky. En esta sugerencia veo la astucia
maliciosa de la Hermana, entonces huelo el dedo húmedo, y triunfalmente insisto
con que es whisky. Cuando dicen que son las doce en punto, y que estoy impidiéndoles
ir a la cama, les contesto que no necesitan quedarse por mí, y, de todas formas,
¿qué significa eso para la pérdida de mi alma? Finalmente soy derribado, y el vaso
es puesto contra mis dientes apretados. Ruego internamente por ayuda en esta espantosa
situación extrema. ¡Veremos! Una idea brillante. Pretenderé que estoy muerto. Me
pongo rígido y contengo mi respiración.
(Puedo recordar que no hice ningún esfuerzo adicional,
pero luego me dijeron que la imitación fue fabulosa. Aún las enfermeras se alarmaron
y llamaron al doctor. Tengo un oscuro recuerdo de su venida, y antes de darme cuenta
de dónde estaba me inyectaron algo, que yo pensé que era el whisky, en mi brazo).
Me senté en la cama, y los miré a todos con odio concentrado,
luego me recosté, con mi corazón destrozado por mi forzada herejía, sollozando,
sollozando. Estoy sufriendo por mi pecado. La Hermana me está apuñalando en el hombro
con una daga candente (era una picadura de mosquito, y mi piel es muy sensible).
Me duele por todas partes. Súbitamente me encuentro solo en un dolor chato y desierto.
Estoy sentado con mi espalda contra uno de los pilares de piedra de un enorme portal
cerrado que llega hasta el cielo. Enfrente de mí sucede un espectáculo cinematográfico
de estupenda escala.
(No puedo recordar ahora mucho de él, pero la serie
era larga y de un carácter espantoso. Debajo de cada escena había un letrero estableciendo
el tema de la siguiente. Tenía la sensación de que no había ninguna escena, sino
eventos reales en proceso de sucesión; aparte de eso, contestando una pregunta sugerida
por una misteriosa voz podría llevar las series a un final, pero aunque conocía
la respuesta, estaba absolutamente fuera de mi alcance darla. Inmediatamente a continuación
de mi fallo en responder, de algún lado detrás de mí tronó un órgano y un coro de
voces rompió en una canzoneta burlona, que incluía la respuesta apropiada, y también
palabras de escarnio dirigidas contra mí. Hasta hace poco esta canzoneta frecuentemente
me obsesionaba, pero ahora, me complace decirlo, he olvidado tanto la música como
las palabras. Todo lo que sé es que era como una cantinela monótona, y totalmente
desconocida para mí. Cuando la horrible canción terminó caí en un estado de autocondenación
mezclada con una indefensa expectativa, la cual era tan patética como para movilizarme
aun cuando pienso en ella).
La escena es una de guerras y terremotos y montañas
en llamas. Por debajo tiene las palabras “Fin del Mundo”. Tengo una visión de las
innumerables miríadas de la humanidad arrodilladas en agonía al otro lado de la
puerta. Un murmullo multitudinario explota en un horrendo alarido suplicando piedad.
¿Quién soy yo, oh Dios, para que esta carga sea impuesta sobre mí? ¿Acaso soy yo
el guardián de esa incontable multitud? No puedo contestar.
Aun si hablo, un escalofrío corta el aire, un delirio
cataclísmico se me aparece, el órgano truena y el travieso coro comienza su torturante
estribillo. No hay letrero por debajo de esta escena. La terrible música cesa, y
la horrible escena ante mí se transforma en silencio. Pasa, y luego no hay más luz
ni oscuridad. El desierto desaparece, el portal ya no está, la multitud infinita
se ha ido como el rocío de la mañana, yo quedo en presencia de la nada. La toma
de conciencia es aterradora; mi cerebro gira en espiral: el alivio debe venir; la
naturaleza humana no puede soportarlo. Ah, gracias, Dios, estoy enloqueciendo, cuando
desde alguna parte, pero no sé de dónde, viene una leve risa burlona, una voz satánica
dice “¡Vendido nuevamente!”, el órgano sube, el invisible coro canta nuevamente,
y la serie completa de escenas comienza otra vez desde el principio. Por un momento
la tensión se relaja, “Dios está en Su cielo” después de todo, cuando, como el estruendo
del acero, la Voz pronuncia la pregunta incontestable. Oh, Dios, yo debo, yo hablaré.
La respuesta, la respuesta es:
–¿Qué hora es, Russell?
(¡Russell era el enfermero nocturno, la necesidad de
cuya presencia el lector a esta altura ya entenderá por completo!)
–Cuatro y media, señor.
–Bueno, debo levantarme para alcanzar el primer tren
a Glasgow. Es un hecho de vida o muerte. Por favor, deme mis ropas.
Russell se esfuerza en apaciguarme con promesas de ir
mañana, y demás, todo lo cual yo veo con una despiadada lucidez. Finalmente, amenazando
con alarmar el establecimiento entero, soy envuelto en mantas, llevado a una poltrona
al lado del fuego, y una mampara es colocada detrás de mí.
–Usted no puede alcanzar un tren, señor, antes de las
seis y media.
–Discúlpeme, hay un tren a las 5.55, y yo voy a alcanzarlo.
Por otro lado, ¿está usted seguro que la Hermana no está? Pensé que la había visto
a la vuelta de la esquina de la mampara. ¿No? Entonces deme algo de soda y leche,
y ¿tiene usted un cigarrillo por algún lado?
Russell naturalmente me negó tener cigarrillos, entonces,
como él me contó luego, yo procedí a maldecirlo a él, a su familia, sus ancestros
y descendientes juntos, con tal copiosidad y minuciosidad de dicción ¡que hablé
sin parar durante hora y media! Me figuro que el señor Kipling es responsable por
al menos la meticulosidad hindú de mis conminaciones. De todas formas, habiéndome
dejado exhausto tal esfuerzo, con Russell diciendo que ahora había perdido el tren,
y que mejor me volviera a la cama para esperar el próximo, yo accedí con gran sensatez.
Ese fue el clímax, y despertándome algunas horas más
tarde de un pacífico sueño me encontré con que la crisis había pasado, y que estaba
nuevamente tan sano como siempre. El primer libro por el que pedí fue el Progreso
del peregrino, y tan pronto como se me permitió leer me dirigí al pasaje de
cristiano a través del Valle de las Sombras. Había sentido antes que los demonios
de Bunyan eran demonios de escenario, sus ciénagas y penas mero simulacro, los cómplices
tales como Drury Lane generalmente se reirían con escarnio. Ahora estoy seguro de
ello. La dificultad real, por supuesto, es hacerlo mejor.
(Tomado
de www.ciudadseva.com)
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