Federico Minchaca
Nuestra
especie, las abejas, se ha caracterizado por ir tras la comida. Siempre hemos sido
seres que nos transportamos hacia donde existan fuentes de suministros básicos.
Ya sabemos cuáles son: aire, comida y agua. Ahora, por el bien de la colonia,
debemos buscar más de estas fuentes, pues en nuestro entorno se están agotando.
“¿Está entendido el objetivo de la misión?”, esas fueron las palabras con las
cuales el comandante Alep se dirigió a su exigua tripulación formada solamente por
su segundo, Bet, y un explorador-místico, Gimel.
Después de un viaje que estuvo a punto de
claudicar de tan largo que fue, al fin tocaron algo sólido. No era una superficie terrosa como su lugar de origen, sino más bien dura y con una superficie…
¿rocosa? No exactamente, es notorio, pues presenta múltiples irregularidades.
Gimel, que tiene mejor visión, alcanza a ver a lo lejos un gigantesco cráter.
Desobedeciendo las órdenes del superior,
Gimel se aventura a hacer un examen. El aire es respirable, aunque ligeramente enrarecido;
observa algunas peculiaridades del cráter: está lleno de irregularidades, el suelo
también es de roca lisa, pero ésta es blanca. Lo más singular, existen canales que,
como todo en su nuevo destino, son enormes y mediante ellos se divide la roca
lisa en una inmensa cuadrícula. Esos canales parecen arroyos; la diferencia principal
radica en que los canales son rectos y secos en el nuevo destino.
Tales observaciones causan una vívida impresión
en Gimel y resuelve comunicárselo al comandante Alep. Después
de hacer el saludo correspondiente, se arma de valor y exclama jadeante:
–Señor, sé que usted es la máxima autoridad de esta misión; no debí romper
filas, pero mi cargo en la misión es ser explorador.
–¡Vaya!
Al fin se dio cuenta de que pudo haber puesto en peligro la misión. Espero que
ya se haya percatado de que soy el responsable de la misión y debe seguir mis
órdenes.
–Señor, he realizado observaciones que son dignas de que
usted las conozca.
–Adelante, Gimel. Le sugiero que primero
se serene y respire profundo.
–Sí, señor: el aire es respirable,
ligeramente enrarecido, y a unas tres horas de distancia del punto en el que
nos encontramos hay un cráter enorme.
–¿Eso es todo?
–No, señor. El suelo del cráter parece ser
de roca, o una superficie similar, lisa y seca, color blanco con múltiples
irregularidades.
–¿Ese es el producto de su
indisciplina? Llego a la conclusión de que nuestro viaje debe continuar, pues
nuestra actual ubicación es la de un lugar con atmósfera respirable, pero es un
lugar seco, sin vida y, por tanto, sin comida.
–Señor, una última cosa: mi reporte no ha
sido completado.
–Continúe entonces:
–Señor, existen enormes canales
rectilíneos, también de formación caliza; deben ser producto de la erosión por
agua, ¡agua!
–La erosión puede ser también producida
por viento o cambios térmicos –responde el comandante.
–Comandante Alep, solicito una inspección
a fondo del cráter.
–Le recuerdo, explorador Gimel, que no nos
encontramos en una exploración científica básica. Nuestra misión es buscar un
nuevo lugar donde se pueda establecer la colonia.
–De aprobarse la solicitud, este lugar
puede ser el destino escogido. Ya lo sabe: nuestros dioses nos han abandonado.
–Si sus creencias sobre dioses le hubiesen
funcionado a la colonia, no estaríamos explorando para un nuevo asentamiento. Pero
está bien, explorador Gimel, seguiremos su consejo.
A continuación, el comandante ordena a su
segundo:
–¡Bet! Haga con Gimel los preparativos para
la excursión. Saldremos en veinte minutos, debemos darnos prisa; la situación
de la colonia es crítica y debemos regresar.
Al llegar al punto citado por Gimel, el comandante
Alep no puede menos que expresar:
–¿Para ver esto nos trajo?
–Señor, los canales…
–Sí, ya los vi. Son rectos, no se trata de
erosión hidráulica; de ser así, al menos habría meandros.
–Pero forman una enorme cuadrícula… Puede
ser una obra de ingeniería para transportar agua, ¡agua, señor!
–¡Vamos, Gimel, no sea ridículo!
Al notar Gimel que se había quedado sin argumentos,
tocó el suelo en posición de invocación con sus seis extremidades y oró:
–¡Oh, Gran Señor Supremo!, escucha la
súplica de tu servidor. Te lo pido, recuerda a todos allá en la colonia; los recursos
se están agotando y necesitamos agua, vida, comida. Oh, Gran Señor, ¡danos una
señal!
En ese momento comenzó a caer una lluvia torrencial.
Del cielo caían enormes cantidades de agua, los canales se llenaron repentinamente,
llevando el agua al centro del cráter. Lo curioso es que no se notaban los vientos
usuales que acompañan a ese tipo de tempestades. Alep y Bet voltearon hacia
arriba desconcertados.
Repentinamente, una gigantesca mano aplasta
a Alep, Bet y Gimel.
***
–¡Estoy
terminando el proceso de terraformación y encuentro abejas polizontes! Ni siquiera
sacaron todas las colmenas. ¡No puedo darme un regaderazo en paz! Advertí que el
lanzamiento no se hiciera en primavera –refunfuñó el astronauta.
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