María Laina
Al
comienzo, nos mostró la cabeza del ángel. Luego el cuerpo de paño de una muñeca
de preguerra, y luego los zapatos del soldado desconocido. Nosotros reíamos fuertemente,
comiendo unos caramelos baratos. Otros comían copos de azúcar. De repente alguien
gritó: “Las palomas, míster…” Él sacó de su bolsillo un puñado de plumas negras
y las arrojó por el aire. Trague los fuegos, míster”. Él permaneció inmóvil con
los brazos colgando. “Los fuegos…”, gritaron de nuevo. Encendió tranquilamente un
cigarrillo, nos dio la espalda y se desvaneció ante nuestros ojos.
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