Slawomir Mrozek
Un día que estaba leyendo el
periódico con el perro tumbado a mis pies, sonó muy cerca el maullido de un gato.
Me extrañó, ya que no tengo gato en casa. Miré al perro, pero no reaccionaba, al
parecer no lo había oído. ¿Sería posible que no lo hubiese oído? No. ¿Fingió entonces
no oír? Es absurdo, por qué iba a fingir. Entonces, ¿por qué se sonrojó?
Habría olvidado
este incidente si unos días más tarde, durante un paseo, mi perro no se hubiese
subido a un árbol. Cuando se dio cuenta de que lo observaba, bajó y se acercó a
unos perros. Estos, sin embargo, lo trataron con hostilidad.
A pesar de todo,
aquello no probaba aún nada en absoluto. Al fin y al cabo, trepó sólo un poco y
la hostilidad de los perros podía deberse a otras causas.
Lo llevé al
veterinario.
–Examínelo,
por favor, quiero saber si es un perro o un gato.
–Hoy ya no recibo,
vuelva otro día.
–¿Cuándo?
–No sé, estoy
muy ocupado.
¿Se pensaría
que me había vuelto loco? Quizá la realidad no sea tan unívoca como nos parece.
Yo con este tipo de cosas no quiero problemas, así que vendí el perro y me compré
una mona.
Al día siguiente,
la mona desapareció. La encontré después de una larga búsqueda. Estaba sentada en
mi butaca leyendo Phänomenologie des Geistes de Hegel.
Esperaré a que
acabe de leer el libro y después lo discutiremos. Eso, si resulta que yo no soy
ella ni ella, yo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario