Mónica Lavín
Tardaban en abrir la puerta. Verificó que el número del departamento
fuera el correcto. Tantas veces había estado frente a una casa equivocada o
acudido a una cita el día después que más le valía confirmar.
Sonrió acordándose de los tropiezos de su mente. De
niña olvidaba los suéteres en la banca del colegio, de jovencita las gafas, los
nombres de los maestros y los cumpleaños de los novios. El despiste había
crecido con la edad. Un día regresó a casa en autobús, su marido sorprendido
por la tardanza le preguntó por el auto: lo había dejado estacionado frente al
trabajo. Repetidas veces trató de subirse a un coche ajeno y forcejeó con la
cerradura hasta que el dueño la sorprendió.
Nadie abría la puerta. Se asomó por las ventanas.
Las persianas cerradas sólo enseñaban la capa de
polvo sobre el esmalte.
Se hizo de noche. Las campanadas de la iglesia a
los lejos la aclararon. Había olvidado su propia muerte.
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