Milia Gayoso Manzur
Extrañísimo:
Papá fue a buscarme al colegio. Cuando salí al portón prendida del brazo de
Susana porque iba a acompañarla hasta el súper de la otra cuadra para comprar
un cuaderno, vi a mi papi. Tenía cara de cansado, pobrecito, y los ojos rojos e
hinchados. Le pregunté riendo si había llorado, porque él nunca llora y me dijo
que no, que los ojos se le pusieron rojos por el calor, el humo de los caños de
escape, el humo de su cigarrillo nuevo y no sé cuántas cosas más. No le creí
demasiado porque para mí que había llorado, tal vez su jefe le retó o algo así
(pensé en ese momento).
Me llevó a tomar un
helado, después dimos muchas vueltas por la ciudad, él se veía muy triste pero
no quiso contarme lo que le pasaba. Le dije que estaba cansada y que quería
volver a casa para quitarme el guardapolvo y bañarme. Me preguntó si no quería
comer una hamburguesa y le dije que primero me quería bañar porque tenía
demasiado calor, entonces él dijo que me tenía que hablar. Entonces nos fuimos
a comer la hamburguesa, pero no comí, apenas metí en la boca alguna que otra
papa frita y tomé tres botellas de gaseosa, pero más que por sed habrá sido por
rabia y para disimular las ganas enormes que tenía de echarme a llorar como un
bebé, pero como ya tengo doce años me tengo que comportar como una mujercita,
como dice mamá.
Mamá. Parece que ella es
el problema. Todavía no entiendo demasiado bien lo que pasó porque papá da
muchos rodeos para hablar sobre el tema, pero algo hizo, “es una cuestión de
tremenda infidelidad”, dijo papi cuando justificó la separación y me di cuenta
por qué había llorado.
Sí, dijo que se van a
separar y yo voy a vivir con él, ni siquiera me preguntó con quién de los dos
quiero quedarme, sólo me aseguró que con mamá no me quedaría nunca pero nunca. “¿Por
qué?”, le pregunté ya sin poder atajar un enorme “puchero” que me transformaba
la cara, y me contestó que cuando sea más grande lo entendería, pero que ahora
me quería evitar que quedándome con ella lo descubriera.
“¿Se enamoró de otro
señor?”, le pregunté, y me dijo que algo así, no precisamente, pero algo así, y
quiso que coma mi hamburguesa, pero yo no tenía ganas, y la aparté hacia un
lado de la mesa.
“Cuando llegues a casa,
empieza a preparar tus cosas porque mañana nos vamos, ya conseguí una casa
cerca de tu colegio”, me dijo. Olvidándome de mis doce años y de la gente que
pudiera verme me puse a llorar sin disimulo, “¿por qué mañana?, no quiero
dejarle a mi mamá, no quiero”, le dije levantando la voz y llorando aún más. “Porque
es mejor para los dos”, y eso fue todo lo que dijo en el resto de la noche.
Mamá no estaba en la
casa. La sala se encontraba desordenada, con una silla tumbada y los
almohadones por el piso. Cuando entré a mi habitación encontré a Ramona,
nuestra empleada, preparando mis cosas. Le pregunté qué había pasado, y cuando
se dio vuelta para contestarme vi que sus ojos también estaban rojos. Me dio un
fuerte abrazo como para acunarme como cuando era chiquita, entonces comprendí
que ella sabía mucho y le obligué a contarme. “Contame o le digo a papá que te
despida”, le intimé varias veces, pero no me dijo nada y continuó guardando mis
cosas en varias cajas.
Escuché el ruido del auto
de mamá en el garaje y salí corriendo a su encuentro.
Como siempre la
acompañaba una de sus numerosas amigas, con las que siempre estaba a todas
horas. Pero ésta parecía ser la preferida, porque solía venir casi todos los
días a almorzar con ella y creo que después se quedaba a dormir la siesta en
casa, no sé muy bien porque después de comer yo me voy al colegio.
Les escuché discutir en
la habitación y ella salió corriendo de la casa sin darme ni siquiera un beso.
(Tomado
de www.cervantesvirtual.com)
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