Bertolt Brecht
Como
es sabido, cuando el astuto Odiseo avistó la isla de las sirenas, aquellas
cantantes devoradoras de hombres, se hizo atar al mástil de su navío y a sus
remeros les tapó los oídos con cera a fin de que, gracias a esta cera y a las
cuerdas que lo ataban, su goce artístico quedara sin consecuencias nefastas.
Mientras remaban bordeando la isla al alcance del oído, los sordos esclavos
pudieron ver a nuestro héroe retorciéndose en el mástil como si anhelara
liberarse, y a las seductoras mujeres hinchando sus temibles gargantas. Todo
transcurrió, pues, aparentemente según lo previsto y acordado. La Antigüedad
entera creyó en el éxito de la artimaña del astuto héroe. ¿Seré yo el primero
en tener ciertos reparos? Pues lo cierto es que me digo: sí, todo perfecto;
pero ¿quién puede decir, aparte de Odiseo, que las sirenas cantaron realmente
al ver a ese hombre atado al mástil? ¿Querrían aquellas poderosas y hábiles
mujeres prodigar su arte con gente que no tenía ninguna libertad de movimiento?
¿Será esto la esencia del arte? Antes me inclinaría a pensar que las gargantas
hinchadas vistas por los remeros se debían a los insultos que, con todas sus
fuerzas, lanzaban ellas contra aquel cauto y condenado provinciano, y que
nuestro héroe se retorcía en el mástil (cosa de la que también existen
testimonios) porque, en definitiva, se sentía avergonzado.
(Tomado de www.enfrascopequeno.blogspot.com)
No hay comentarios:
Publicar un comentario