Carmen Martínez Téllez
En
mi juventud estabas oculto, nunca asomabas; el tiempo pasó y fuiste el que
creció cuando dos veces nido cobijaste a mis tesoros. Años más tarde, fuiste
abierto para extirpar el mal, de ahí la cicatriz que te atraviesa.
En mi vejez, te exhibes y me siento
avergonzada con tu desfachatada prominencia. Te pido, te suplico que vuelvas a
tus antiguas costumbres y recuperes la cordura.
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