viernes, 30 de diciembre de 2022

Dios

Marta Nualart Sánchez

 

Descalzo, huido de mí mismo, por más que haga sé que Dios me persigue y no hay cueva, no hay bosque ni fortaleza en la cual guarecerme.

Lo he visto: Él, en lo alto, con su áurea corona y su beatífica sonrisa acompañado de su rebaño levantando la mano en señal de la cruz. Y abajo, todos nosotros en un maremágnum de seres que han sido maldecidos por el demonio.

Yo he sido tocado por el maléfico y Él lo sabe.

A mi alrededor veo sonrisas desdentadas, carcajadas malditas. Hay mujeres que me tientan y me arrastran lascivamente hacia las llamas del infierno.

Me dejé acarrear –lo confieso– por angélicas personas que, desnudas, me mostraron frutos prohibidos y tocando arpas y flautas me invitaron a sus burbujas transparentes donde todo era placer. Pero a través del cristal adiviné sus rostros ennegrecidos con lúbricas colas moviéndose hacia abismos de ruindad.

Dios me persigue por mis pecados que nunca tendrán perdón.

Dios quiere, desea la muerte de mi alma y ese es mi destino, a menos… pero no, no puede ser; mi investidura humana lleva una trayectoria impecable como Presidente de Apelaciones de la Corte, aunque contra Dios nadie jamás se esconde.

Me he confinado en la clínica del Dr. Flechsig; un experto en el estudio de las nervaduras cerebrales que conducen a Dios. Sé que Dios, en su inobjetable masculinidad, posee gran amor por las mujeres y que mudando mi ser hacia lo femenino el mundo volverá a su antiguo orden después de esta crisis cíclica.

He convencido al Dr. Flechsig de cambiar mis ropas por las de una mujer, sé que así, Dios quizá podrá perdonar mi alma, aunque sospecho que el Doctor se ha confabulado para arruinarme los nervios, a mí que sólo tengo una vía muy pequeña para salvarme, ya que sin las Voces –voces que incesantes murmuran a mi oído el camino del bien y el mal–, yo ya estaría bajo tierra comido por los gusanos.

 

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