jueves, 15 de diciembre de 2022

Color miel

Ana Gómez Gordillo

 

Parada frente al escaparate me sentía perdida; me frustraba siempre lo mismo: entrar animada y salir con las manos vacías. Zapatillas en exceso me probé; algunas apretaban mis dedos, otras tenían un tacón tan alto que se me torcían los tobillos al caminar. Ninguna cumplía con las exigencias. Malogradas visitas; mi fantasía era clara: tacón delgado, sin exagerar; cerradas de enfrente, con pulsera al tobillo, abiertas de atrás. Color miel. Debían proporcionar a mis piernas una mejor figura, y, sobre todo, tenían que saber bailar rock and roll, danzón, tango, en especial salsa.

Era increíble que de tantas zapaterías visitadas, vitrinas observadas, zapatillas probadas, no existiera la ideal. Cuando me di por vencida, las encontré. Sólo verlas, comprendí que no podría caminar sin ellas. Me enamoré. No podía dejar de mirarlas. Cuando las tuve en mis manos su olor excitó mis sentidos; apenas las calcé, la sedosidad de su interior cautivó mis dedos. La pulsera sujetaba el tobillo con sutil fuerza provocadora, adornando, estimulando la sensualidad. Un escalofrío me recorrió desde el talón a la pantorrilla, al vivenciar el tamaño del tacón. Me atravesó una descarga de gozo.

Desde ese momento fuimos una pareja perfecta para seducir. Me sentía poderosa, sensual a cada paso que daba; y, al bailar, en las fiestas, nos movíamos con gran ritmo, sin tropiezos, provocando pasiones culposas entre amigos y extraños.

Las color miel no fueron mis primeras zapatillas, pero sí mi primer amor.

 

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