Eduardo de Palacio
El Gordo es sueño.
Calderón de la Barca
En buena hora lo diga, nunca me ha tocado el gordo, como llaman al
primer premio de la lotería de navidad, aun cuando él no responde generalmente.
O el premio grueso, según una señora vecina mía sumamente fina, que habla casi tan
bien como escribe.
Verdad es que usa falsilla literaria, invento nuevo
para “escribir del francés”, sin que lo conozcan los parroquianos.
Eso del premio gordo es un mito o un mico, en opinión
de los desheredados de la lotería. Y, sin embargo, existe. Quince días antes de
navidad no se lee otro aviso en las puertas y en los escaparates de las administraciones
de loterías que el de
BILLETES
PARA EL SORTEO DE NAVIDAD
Ya el público sabe de memoria los pormenores de
precios y premios.
Recorren las calles de Madrid jóvenes vendedores
ofreciendo a las gentes “recibos talonarios para dar y tomar parte a los amigos
en el sorteo de navidad”.
¡Para dar y tomar parte a los amigos! ¡Cómo despierta
ese grito la idea de la asociación fraternal!
No todos los ciudadanos pueden disponer de quinientas
pesetas para comprar un billete entero, ni aun de doscientas cincuenta para adquirir
medio billete, también entero en su clase, ni aun de cincuenta pesetas para tomar
un décimo.
Pero las asociaciones benéficas, que se constituyen
con el fin de facilitar el medio de jugar a las clases obreras y aun a las menesterosas,
proporcionan a éstas fracciones de suerte a la medida y prestan un buen servicio
a la hacienda.
Generalmente el socio capitalista o fundador y cabeza
social es el tabernero, o el dueño del establecimiento de comestibles, o el carbonero
de más iniciativa en el barrio o en la calle.
Otras veces son varios los socios fundadores, pero siempre hay un responsable y
firmante de recibos para responder de los fondos aventurados en la empresa por todos
y cada uno de los asociados.
–Mariquita, ¿usted no juega? –pregunta el dependiente
mayor de ultramarinos a una preciosa doméstica que tiene por nariz un divieso, al
mismo tiempo que le toma la alcuza para “servirla” el aceite que solicite.
–No tengo dinero – responde la seductora Mariquita
sonriendo, con cuyo gesto acaba de cerrar los ojos, de suyo entornados, que parecen
dos agujeros en una olla de asar castañas, y expone una dentadura que infunde miedo.
–Vamos, que está usted en buena casa; que el amo
es de esos.
–¿Y a mí, qué? ¡Como dan de comer tan bien!… Ya
ve usted, cuarto de kilo de carne para cinco personas.
–Pero usted tiene ahorros.
–Sí, ahorros.
–Y este año nos va a tocar el gordo.
–Si yo supiera eso, jugaría –dice con bárbara ingenuidad
la moza.
–¡Ya lo creo!
–Bueno; pues apúnteme usted un real.
–Qué, ¿no paga usted el aceite?
–Digo, para la lotería.
–¡Ya!
–¡Cómo está usted, hijo!
–En viéndola a usted, loco perdido.
Detrás de Mariquita entra la Justa, que es una chica
costurera que vive en la misma casa, pero encima de la tienda, como dice cuando
da las señas de su domicilio.
Y no miente: vive en un sotabanco interior, a cincuenta
metros sobre el nivel de la cabeza del tendero.
–¡Ya está aquí lo bueno! –dice el dependiente mayor
apartando al chico para servir a la vecina, que es una moza buena.
–Muchas gracias; anda, dame los garbanzos.
–Todo lo que tú quieras –responde el galán alargando
una mano para pellizcar cariñosamente a la costurera.
–¡Ea, ya empezamos! Estate quieto, o te doy con
la llave en los morros.
Justa, como Mariquita, se apunta un real de participación
en el gordo, pero un real para el porvenir; es decir, que no paga de presente. El
asistente del comandante del segundo piso juega media peseta procedente de sisas
no municipales.
–Ponme dos pesetas –dice el sereno–; ya que sea,
que le toque a uno para meter el chuzu al municipiu y retirarse al “ostrecismu”.
Doña Mónica, que es una patrona por afición, que
“no de huéspedes”, como ella misma anuncia, aun cuando tiene en su casa dos menesterosos
de seis reales, con principios, chocolate y jergón, también lleva parte en el décimo
si le dan un resguardo, porque como ha sufrido tantos desengaños en el mundo, sin
contar la muerte de su esposo, no confía ni en la camisa que usa para dormir.
–Me ha dicho el carbonero –vocea Mariquita hablando
de ventana a ventana en el patio con otra chica doncella del derecho, vamos, del
cuarto segundo de la derecha–, que se casa conmigo si me toca la lotería.
–Pues hija, proporción que te sales –replica la
otra, que es del género vizcaíno puro.
Cuando se reúne el cupo, como dice el tendero, se
procede a la captura del gordo; esto es, a la compra del décimo o de los décimos,
según lo recaudado.
Después viene el reparto de recibos a los señores
jugadores, porque el tendero conserva el original; el décimo no sale de su poder,
para lo que le autoriza el ser el mayor partícipe en la empresa.
Los recibos son documentos personales e intransferibles.
Formales, y al par sencillos, se reducen a un pedazo
de papel de barba o de papel rayado, pequeño y sin más sello ni garantía que la
firma del fundador social.
Aunque con esto basta, que donde él firma, firma
el rey, mal comparado. Modelo que se cita:
“Mariquita la del tercero jueba un real de belon
en el decimo Numero 4725 de Noche Vuena y para que la coste firma la presente en
Madrid A 15 de Diciembre de 1894. Francisco Rodriguez”.
–¡Ea! Ahora ya no falta sino que nos toque –dice
el tendero a sus cómplices.
–¿Qué piensas hacer con el dineru de la lotería,
Dumingu? –pregunta un caballero de la fuente de Pontejos a un condiscípulo, también
con plaza fija en la misma academia.
–Compraré cuatro vacas más para la familia, y comprarte
el pradu de arriba.
–Cuernos comprarás tú, condenadu.
–Y tú, ¿qué piensas hacer si te toca el grueso?
–pregunta la señora fina a su esposo, que anda muy mosqueado con un amigo gordo
que visita con frecuencia la casa.
–Romperle la crisma –contesta furioso el marido.
Proyectos de viaje, de matrimonio, de adquisición
de fincas rústicas o urbanas, de ropa de abrigo, todo depende de la lotería, de
la suerte.
Hasta la impresión de un poema que ha escrito un
autor a quien trato, aunque con menosprecio.
Consta el poema de doscientos mil versos y algunas
estrofas de regalo para la persona que compre más de diez ejemplares.
Afortunadamente no se imprimirá, porque no le tocará
el gordo al autor, o no hay justicia en la tierra.
¡Cuántos sacrificios para jugar a la lotería de
navidad!
Hasta “quitárselo de su comer”, que dicen las gentes.
¡Qué emoción cuando se oye pregonar a los “primeros
heraldos de la publicidad” que recorren las calles con la rapidez del rayo:
–¡La lista grandeee!
Con tanta rapidez, que apenas pueden ni detenerse
para vender ejemplares.
–¡La lista grande! ¡Ya está ahí!
–¡Dios mío! ¡El primer premio ha caído fuera; el
segundo también!
–Ya no hay viajes de recreo.
–Ya nu hay capa turera de veinticincu pesus.
–Ni poema.
–Ni boda.
La vizcaína dice a su compañera de armas:
–Solteras que te tienes para ratas (o para ratos).
¡Qué tristeza en todos los círculos! ¡Qué desengaño!
Por fin, consuela el suelto consabido de la prensa:
“El premio mayor se ha repartido entre la clase
obrera de…”.
A lo que dicen los desgraciados:
–¡Cielos! ¡No ser yo clase obrera!
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