sábado, 3 de diciembre de 2022

Taller de origami

Víctor Roura

 

Después de mi breve estancia en Japón, invitado por la sobrina de Akira Yoshizawa, he decidido proponer aquí en México un taller de origami para que los niños cultiven con sabiduría su tiempo libre. En la nación oriental tomé un curso intensivo. En dos días ya podía hacer, sin instructor mediante, unas treinta y cuatro figuras de papel. Tonya, cuyo tío Yoshizawa es el máximo exponente de este arte, me enseñaba a su vez, en privado, algunos trucos íntimos de familia. Tonya no quería que hiciera mis maletas para regresar a México. Se enfadó mucho. Se paró enfrente de mí, tiró al suelo varias figurillas de cartoncillo que había realizado diestramente (una de ella era el retrato casi exacto, ¡en papel!, de Winona Ryder), y gritó, en su defectuoso español:

–¡Tú aplovechalte de mí!

Negué con la cabeza.

¡Tú quelel sólo explotal mi conocimiento! –dijo.

Volví a negar, pero la Tonya estaba furiosa. Empezó a romper mi trabajo de papel. “Todas las mujeres son iguales”, pensé, en un arranque de abatimiento amoroso; pero lo que me deprimió no fue tanto la cólera de Tonya como la cancelación de mi muestra (acordada antes vía telefónica) en la Galería Pecanins. Me fui de Japón sin despedirme.

Y no es que quiera explotar en mi beneficio su conocimiento origámico, pero si ya conozco sus secretos, digo, ¿por qué no difundirlo en nuestro país? Los profesores de la Casa de la Cultura de la colonia Moderna han acogido con beneplácito la idea (en la UNAM los funcionarios culturales se negaron a recibirme: “Díganle a Roura que ya tenemos al Papirolas y el presupuesto ya está repartido”). Mi intención no es lucrativa, sino educativa (aunque si ello me permite alejarme del periodismo, no dudaría en adoptar el arte del origami como mi nuevo oficio).

Antes de que salga la convocatoria de mi curso (¿Cuál es tu papel? Va a ser el título), quiero animar a los futuros participantes. A continuación, expongo tres trabajos de mi propia invención:

1. La tortuga tabasqueña. Para aminorar la represiva influencia que han ocasionado las impertinentes tortugas ninja, realizaremos un viaje hacia el poblado de Frontera en Tabasco para apreciar a sus tortugas que, con fortuna, no saben nada de karate ni de golpes bajos. Elegir una hoja de papel bond, preferentemente tamaño oficio, de color verde acuático. Hacer ocho dobleces, cada uno de los cuales partirá exactamente a la mitad el doblez precedente. Luego, volver al estado original; es decir, desdoblar lo doblado hasta obtener de nuevo el original tamaño oficio. El anterior ejercicio servirá para flexibilizar a la naciente tortuga. Luego, con los cinco dedos de la mano derecha, se procede a conformar un arco de ángulo derecho de tal manera que dicha forma circular sea, a la larga, la cabeza del reptil. Después, proporcionar dos triángulos: uno, equilátero, que parta de la mitad hasta cinco centímetros antes del cuello; otro, isósceles, que se distribuya de los mismos cinco centímetros del quelonio hasta donde sea posible. Doblar, en la parte opuesta a la cabeza, tres romboides que se distribuyan con habilidad dentro de los dos triángulos acabados de efectuar. Observamos que de tal estrujamiento geométrico se forma, como por encanto, un hueco donde soplaremos con suavidad para que el cuerpo del animal se infle moderadamente. Para evitar que por ahí se escape el aire, actuamos en consecuencia colocándole una cola, misma que haremos mediante una servilleta la cual convertiremos, en un santiamén, en una especie de minúsculo cucurucho. Si bien no es obligatorio, la tortuga tabasqueña no se vería mal si le pegamos en la concha innumerables lentejuelas de distintos colores. Las patitas se colocarán en los cuatro costados (cada una de ellas será un papel recortado del tamaño de un pulgar). Terminada, la tortuga incluso podrá nadar (si después de mojada se desmorona la figura, hacer otra; apostar, a espaldas de las autoridades delegacionales, a ver quién hace más en menos tiempo).

2. Intelectual resfriado. Hacer una bolita de papel. Arrugarla. Como segundo paso, hacer otra bola de papel pero aún más pequeña. Arrugarla inmisericordemente. Recortar a la mitad esta nueva bolita. Pegarla con Resistol en cualquier parte de la primera esfera arrugada. De lejos tendrá la forma de un cerebro. Acostar el cerebro en una cama. Luego, escribir un libro con una extensión mínima de cuatrocientas cuarenta y tres páginas (si no hay inventiva suficiente como para crear un libro propio, se puede copiar cualquiera –El péndulo de Foucault de Eco o Periodismo y creación literaria, París, 1924-1933 de Miguel Ángel Asturias que tiene cerca de mil páginas). En seguida, tirar sin orden las cuartillas a la cama para dar la impresión de una agonía literaria. (También en el origami se permiten las metáforas. En Japón presenté esta idea en una instalación performancera y fue aplaudida rabiosamente por un público meticuloso y especializado. De inmediato, registré con copyright mi exposición.)

3. Premio Nobel de Literatura. Recortar la forma de una estrella de un cartoncillo (el color puede variar). Luego, hacer tubitos de papel, delgados pero resistentes, uno tras otro. Pegarlos. Conformar una inconmensurable e interminable varita de papel. Hasta mero arriba pegar la estrella de cartoncillo, de tal modo que sea inalcanzable. (Estas sugerencias han trastornado a los críticos nipones que han denominado a esta inesperada corriente como el nuevo origami).

El taller tendrá cupo limitado.

Que conste.

 

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