Ana Gómez Gordillo
Todas
las tardes asisto al cafetín de la esquina, me reúno con amigos a jugar dominó;
a las cinco, sin falta, aparece ella. Joven, alta, mujer deliciosa, de vigorosas
piernas que me incitan al deseo conforme se aproxima. Repaso a detalle su estructura,
las caderas portentosas se mueven con una cadencia que invitan a poseerlas. Tiro
una ficha y, mientras la recojo, disfruto de pies a cabeza su anatomía.
Sus pechos, que se distinguen a través de la
suavidad de la blusa, provocan un escalofrío en mi espalda. Me estremezco, la deseo
en mi cama para hacerle sentir mis caricias por todos los rincones de su cuerpo;
sé que su vulva se humedecería con mis juegos. Su caminar acompasado me habla de
la pasión que me entregaría, adivino que es insaciable.
Desde la primera vez que la vi despertó pasiones,
algunas olvidadas y otras nuevas; por las noches, en mis sueños, la distingo parada
frente a mí, desnudándose lentamente. Mi mirada transita por sus excitantes líneas.
Me muestra sus pechos firmes, convidando las mieles que prometen los maduros pezones.
Lleva sus manos a su clítoris, lo acaricia; húmedo me lo muestra hasta que salivo
de deseo; mas de pronto, desaparece. Regreso a mi realidad, mi compañero de juego está molesto: vamos perdiendo.
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